Evangelio: Mateo 28,16-20
En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
Jesús se acercó a ellos y les habló así:
«Me
ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os
he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo».
Palabra del Señor.
Hoy
celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad: un solo Dios en tres
personas distintas. Las lecturas bíblicas (Deuteronomio 4,32-34.39-40;
Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20) nos invitan a renovar nuestra fe en
el misterio inefable de Dios que se nos ha revelado como el Padre
creador del universo, el Hijo salvador de la humanidad y el Espíritu
Santo que nos vivifica, nos renueva, nos ilumina y nos hace posible
construir relaciones de amor auténtico.
1. El Misterio de Dios trino y uno
Cuenta
el gran filósofo y teólogo San Agustín (354-430 d.C.) que en cierta
ocasión, mientras caminaba por la playa, vio a un niño que intentaba
vaciar toda el agua del mar en la concha de un caracol, y así pudo
comprender que la mente humana, por más esfuerzos que haga, es incapaz
de abarcar la infinitud del misterio de Dios. El lenguaje bíblico, al
intentar describir a Dios -no para definirlo, porque el Infinito es
indefinible-, lo hizo con una palabra también imposible de definir, pero
que en su sentido auténtico y más completo corresponde a lo que mejor
puede caracterizar la experiencia de Dios: “Dios es Amor” (1 Juan 4,
8.16).
Ahora
bien, si Dios es Amor, tiene que ser plural, pues para que exista el
amor tiene que haber alguien que ama, alguien que sea amado y le
corresponda también amando, y la relación misma de amor entre ambos.
Este es el sentido del misterio: un solo Dios que es pluralidad en la
perfecta comunidad de amor, y por lo mismo es unidad en la diversidad de
personas. Es así como Dios Padre se nos revela en las enseñanzas y en
la obra salvadora de su Hijo Jesucristo, su Palabra hecha carne por la
acción del Espíritu Santo, el mismo que nos hace posible reconocer el
amor de Dios llamándolo “Padre” (“Abba”: palabra sirio-caldea que
significa literalmente “papá” y fue empleada originariamente por el
mismo Jesús para dirigirse a Dios), y corresponder a él en el
cumplimiento de su voluntad, que es voluntad de amor.
2. Los símbolos de la Santísima Trinidad
Muchos
símbolos han venido siendo empleados para tratar de expresar el
misterio de Dios uno y trino, aunque en definitiva todos se quedan
cortos. El Salmo 33 (32), por ejemplo, propuesto como respuesta a la
primera lectura de hoy, habla tanto de la “palabra del Señor” como del
“aliento de su boca”, imágenes del Hijo y del Espíritu que con el Padre
constituyen un solo Dios.
Uno
de los símbolos trinitarios es la imagen del sol, que en sí mismo es
fuente de energía, es luz y es calor. Algo parecido es la Trinidad: el
Hijo (luz que nos revela a Dios Padre) y el Espíritu Santo (fuego que
nos ilumina y enciende en nosotros la llama del amor) son iguales en
naturaleza al Padre (fuente de la luz y del calor), pero los tres en su
pluralidad son un solo Dios. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el
Espíritu Santo es Dios. Tres Personas distintas y un solo Dios
verdadero.
Otra
imagen simbólica que suele usarse para expresar el misterio de Dios es
la del triángulo equilátero: tres ángulos o tres lados distintos, pero
una sola figura geométrica. Cada ángulo o cada lado es un elemento de
esta figura, y aunque ninguno de ellos es lo que son los otros dos, los
tres forman un mismo ser.
Pero
la imagen que tal vez más llama la atención es la que usó San Patricio
(387-461 d.C.), quien para presentarles el misterio de Dios a los
paganos que en su época habitaban la isla de Irlanda, tomó en sus manos
una hoja de trébol y señaló en ella los tres componentes que la forman.
Con este sencillo ejemplo, quienes lo escuchaban podían acercarse a la
comprensión del sentido de la fe en la uni-trinidad divina,
completamente distinta de las creencias politeístas por cuanto no se
trata de varios dioses, sino de uno solo cuyo ser actúa y se manifiesta
pluralmente.
3. Nuestra fe en la Trinidad nos impulsa a la realización de lo que ella significa
"La
gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del
Espíritu Santo estén siempre con vosotros”, es la frase con la que el
apóstol Pablo solía saludar a las comunidades a las que dirigía sus
cartas. Este es el origen del saludo con el que el sacerdote que preside
la Eucaristía, después de hacer la señal de la cruz invocando a Dios
uno y trino, suele iniciar la celebración del amor infinito de Aquél a
quien en el himno del Gloria alabamos como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Luego,
en la oración anterior a las lecturas bíblicas, nos dirigimos a Dios
Padre invocando la mediación de Jesucristo, su Hijo, que vive y reina
con Él en la unidad del Espíritu Santo. Más adelante proclamamos con el
Credo nuestra fe en la Santísima Trinidad. Asimismo, inmediatamente
antes de la consagración, después de haber alabado al tres veces Santo,
le pedimos a Dios Padre que santifique con su Espíritu el pan y el vino
para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo, y
al terminar la plegaria eucarística hacemos el brindis con el que por
Cristo, con Él y en Él, le damos todo honor y toda gloria a Dios Padre
omnipotente en la unidad del Espíritu Santo. Finalmente, el sacerdote
imparte para todos la bendición de Dios uno y trino.
En
un libro de meditaciones escrito por el teólogo Joseph Ratzinger -hoy
el Papa Benedicto XVI-, titulado El Dios de los Cristianos, en su
sección subtitulada “Dios es trinitariamente uno”, leí la siguiente
reflexión que se relaciona con el pasaje del Evangelio de hoy: “¿Cuántas
veces hemos hecho la señal de la cruz sin recapacitar? Pues bien, otras
tantas hemos invocado al Dios trino y uno. Por su sentido originario,
esa invocación es renovación bautismal, aceptación de las palabras con
las que nos hicimos cristianos y apropiación de lo que, en el bautismo,
se infundió en nuestra vida (…). En aquella ocasión se derramó agua
sobre nosotros mientras eran pronunciadas las palabras: ‘Yo te bautizo
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ (…)”.
Que
esta fiesta de la Santísima Trinidad nos motive no sólo para renovar la
expresión de nuestra fe en el misterio insondable e infinito de Dios,
que es Amor, sino también para reactivar nuestro compromiso bautismal de
realizar lo que significa proclamar a Dios como comunidad perfecta en
la unidad y la pluralidad de personas: que precisamente porque hemos
sido creados a su imagen y semejanza, también nosotros, empezando por la
familia, llamada a seguir el modelo de la unidad trinitaria de Dios,
respondamos cada día mejor a la invitación que Dios nos hace a ser una
auténtica comunidad de amor.
Gabriel Jaime Pérez, S.J.