lunes, 23 de febrero de 2015

CALIDAD DE VIDA

Hoy mucha gente, en muchas partes y en muchos medios, habla de calidad de vida. Pero... ¿de qué vida se trata?

La generalidad de la gente entiende solo por vida el bienestar personal, con lo que eso conlleva de salud, dinero y satisfacciones materiales. Pocos son los que de verdad piensan que toda persona, al estar compuesta de materia y espíritu, además de sus apetencias físicas, corporales o materiales, tiene otra vida espiritual, que le diferencia esencialmente de los animales y que igualmente tiene sus exigencias.

Todos los humanos tendemos naturalmente y nos sentimos atraídos por el bien, la belleza, la verdad y el amor. Dentro y fuera de nosotros encontramos –en las demás criaturas– parte de esas cualidades que nos fascinan, pero que sólo satisfacen relativamente. La fuente de toda bondad, belleza y verdad está sólo en Dios, que es el Ser ABSOLUTO. Hacia Él, como las partículas de hierro ante el imán, nos sentimos todos los hombres atraídos irremediablemente. Con más o menos consciencia todos los humanos, a lo largo de nuestra vida experimentamos la verdad del dicho agustiniano: "Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en Ti". Y es que, lo pensemos o no, venimos de Dios, somos de Dios y a Dios nos dirigimos. Como obra maestra salida de sus divinas manos, dependemos totalmente de él.

Ahora bien, por la fe en la revelación divina, sabemos que, además de todo esto, somos hijos adoptivos de Dios por la gracia recibida en nuestro bautismo. Este sacramento nos hizo hermanos de Jesús, miembros de su Iglesia y herederos del cielo. El bautismo nos ha incorporado o injertado como el sarmiento a la vid, a Jesucristo, hontanar de vida divina. Esta misma vida, que cual surtidor salta a la eternidad, es la que vino a traernos Jesús cuando dice en el evangelio: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia".

¡Qué pena el comprobar que sean tan pocos los humanos que son conscientes de esta realidad tan maravillosa! Nada es comparable a ella y sin embargo ni es conocida ni apreciada por la mayoría.

Abrumados y entretenidos por los afanes y preocupaciones de la vida material, se olvida, se ignora, se pospone y hasta se desprecia el cultivo de la vida sobrenatural. El pecado, que produce la muerte de la vida divina en las personas, embota de tal modo sus facultades superiores, que les rebaja, incluso, por debajo de los animales. Es el instinto quien se enseñorea del alma, apagando la luz de la razón.

Nada, por otra parte, puede suplir a la gracia divina en el hombre, para que éste se comporte correctamente en todos los aspectos de su vida. El pecado domina el espíritu y produce frutos de corrupción. El sarmiento separado de la vid no sirve para nada, sino para echarlo al fuego y que arda. Tal es el triste destino de aquel que libre, consciente y voluntariamente se aparta de Dios por el pecado.

Para que el bautizado vuelva a adquirir su condición de hijo de Dios, se precisa la conversión, es decir la vuelta a Dios. Dios siempre, de mil modos y maneras, está llamando al hombre a la conversión. Espera que éste recapacite y libremente acepte su gracia y su perdón. El cauce normal y ordinario es a través de su Iglesia, quien ejerce el poder de reconciliar a los pecadores, dado por Jesucristo, por el sacramento de la penitencia.

Si bien es cierto que todo tiempo es bueno para reconciliarse con Dios, lo es de un modo especial el tiempo fuerte de CUARESMA. "Este es el día del Señor, éste es el tiempo de la misericordia", nos recuerda a todos nuestra madre la Iglesia. Dado que todos los humanos somos pecadores –necesitados de la gracia y el perdón de Dios–, pues el único justo es Jesús, no deberíamos desaprovechar este tiempo propicio de cuaresma para reconciliarnos con Dios, con su Iglesia, con nosotros mismos y obtener así la paz de nuestra conciencia.

Merece la pena volvernos a nuestro Padre Dios, que nos está aguardando con los brazos abiertos. El nos quiere, nos comprende y nos perdona siempre. "Conoce nuestra masa y sabe que somos barro". El es un Dios compasivo y misericordioso. No nos trata como merecen nuestros pecados. Él perdona todas las culpas y nos colma de gracia y de ternura. Basta que desde el fondo de nuestro corazón digamos sinceramente arrepentidos, como el publicano de la parábola: "Acuérdate de mí, Señor, que soy un pecador", y la gracia de Dios nos justificará de inmediato, aunque nos quede luego la obligación de reconciliarnos con la Iglesia por medio del sacramento del perdón o confesion.

Autor del texto: P. Miguel Rivilla

Perder el miedo al sufrimiento

Si en la historia humana está presente el sufrimiento, Cristo es la prueba del amor de Dios Padre hacía el hombre que sufre. La cruz sigue siendo la clave para interpretar, desde la mirada cristiana, el misterio del sufrimiento en la historia del hombre. Dios se pone de parte del hombre: “Se humilló a sí mismo asumiendo su condición de siervo, obedeciendo hasta la muerte de cruz” (Flp 2, 7-8). Dios está siempre al lado del que sufre, su omnipotencia se manifiesta en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento. Dios es Amor y si no hubiese existido esa agonía en la cruz de nuestro Señor, no nos hubiera revelado su condición primordial: Dios es amor. Cargó así con nuestros sufrimientos, con nuestra fragilidad. Entre la cruz y la resurrección encontramos la certeza de que Dios salva al hombre. Por su redención, la muerte no es un mal definitivo, más bien está sometida al poder de la vida. Solamente Dios salva y salva a toda la humanidad en Cristo, Jesús: Jeshua – Dios salva- . La muerte temporal no puede destruir el destino del hombre hacía la vida eterna. Esa visión cara a cara a la que estamos llamados nos permitirá gozar de la plenitud de la verdad, la plenitud de la vida. Una vida que no tiene límites, ni tiempo, participación en la vida de Dios mismo que se realizará con la eterna comunión de la Trinidad Santa. La sabiduría de la cruz ha iluminado a muchos santos. La vida de Jesús nos ha sido dada como modelo y su muerte es el rescate de la muerte. Su vida da sentido a la nuestra. Cristo nos enseña a vivir con su vida y con su muerte; amor con amor se paga… Permanezcamos abrazados a la cruz, solo en Cristo podemos descifrar y entender el misterio del hombre. Necesitamos ojos y corazón de niños para ver la verdad y ver el bien más allá de nuestras cruces. Los santos entendieron perfectamente que todo es gracia; supieron vislumbrar que Cristo que nos ama desde siempre, que deja sus huellas en nuestro caminar. Solo si unimos nuestro corazón con el suyo en amor y plena confianza, le descubriremos haciendo morada en el hondón de nuestro ser y en cada hermano que sufre, sobre todo en los momentos de prueba. Sufrir con Cristo es estar receptivo a los planes de Dios. Nuestra cruz suele hacerse más dolorosa cuando no hemos perseverado y reafirmado nuestra fe. En este camino debemos configurarnos con Cristo, aprenderemos así que la cruz es una escuela de amor y de entrega. En donación al hermano debemos testimoniar la cruz como Árbol de la Vida, sin miedo, llevando la esperanza y la paz de Cristo. La oración de Cristo en Getsemaní prueba la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. La cruz de Cristo se convierte entonces en la fuente de la que brotan ríos de agua viva. Todo sufrimiento es redimido por su amor y nosotros con nuestras cruces participamos también del sufrimiento redentor de Cristo. El ser humano halla en la resurrección una luz que ilumina los sentidos, dice San Pablo en la segunda epístola a los corintios: “Porque así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por su mediación rebosa nuestra consolación”. Cuando se llega a esta experiencia profunda de la Cruz, la razón tiene que callar con un silencio, que abre el corazón y el alma hacía lo infinito. No se descubre la cruz de Cristo sin los impulsos del amor; si no amamos, el velo del sufrimiento es un muro infranqueable. Abandonémonos a ese amor. Dios nos comunica un conocimiento más profundo. En lo más hondo del Misterio de la cruz está el Amor excelso. Maricarmen Fernández Carrillo

Novena al Santísimo Cristo de la Espina en el Convento de las Descalzas.


jueves, 19 de febrero de 2015

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015



Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen... Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26)
La Iglesia
 La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9)
Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31). Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)
La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de

noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.


FRANCISCO



AYUNO Y ABSTINENCIA

¿Qué es la Cuaresma?

La Cuaresma es un período de cuarenta días reservado a la preparación de la muerte y resurrección de Jesús durante la Semana Santa.

Desde el siglo IV se manifiesta la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia.

La ley del ayuno obliga a hacer una sola comida durante el día, pero no prohíbe tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche. La ley del ayuno obliga a todos los mayores de edad hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Son días de ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

La ley de la abstinencia prohíbe el uso de carnes, pero no el uso de huevos, lacticinios y cualquier condimento a base de grasa de animales. La ley de la abstinencia obliga a los mayores de  catorce años. Son días de abstinencia los viernes de Cuaresma.
Estas mortificaciones mínimas de ayuno y abstinencia deben ser completadas por cada uno según las personales necesidades y exigencias espirituales.

La Cuaresma no es sólo tiempo de mortificación. Es, además, tiempo de retiro espiritual en el que la meditación y la oración personal deben ser intensificadas para lograr la renovación espiritual que se anhela conseguir durante este tiempo.


DECÁLOGOS CUARESMALES

LA CENIZA que Dios quiere

Que no te consideres dueño de nada, sino humilde administrador.
Que no te gloríes de tus talentos, sino que con ellos edifiques a los demás.
Que no te creas santo o te creas algo, porque santo y grande es sólo Dios
Que no te deprimas ni te acobardes, porque Dios es tu victoria.
Que aprecies el valor de las cosas sencillas.
Que valores más la calidad que la cantidad.
Que vivas el tiempo presente, sin tantos miedos y añoranzas.
Que estés abierto siempre a la esperanza.
Que ames la vida y la defiendas.
Que no temas la muerte, porque siempre es Pascua.

EL AYUNO que Dios quiere

Que no hagas gastos superfluos.
Que tus inversiones las pongas en el banco del tercer mundo y en la cuenta corriente de los pobres.
Que prefieras pasar tú necesidad antes que la padezca el hermano.
Que ofrezcas tu tiempo al que lo pida.
Que prefieras servir a ser servido.
Que tengas hambre y sed de justicia.
Que te comprometas en la lucha contra toda marginación.
Que veas en todo hombre a un hermano.
Que veas en el pobre y en el que sufre un sacramento de Cristo.
Que esperes cada día una nueva humanidad.

martes, 17 de febrero de 2015

EL PODER DE TUS ACCIONES



Un día, cuando era estudiante de secundaria, vi a un compañero de mi clase caminando de regreso a su casa. Se llamaba Mike.
Iba cargando todos sus libros y pensé: "¿Por que se estará llevando a su casa todos los libros el viernes? Debe ser un aburrido. Yo ya tenía planes para todo el fin de semana: fiestas y un partido de fútbol con mis amigos el sábado por la tarde, así que me encogí de hombros y seguí mi camino.
Mientras caminaba, vi a un montón de chicos corriendo hacia él.
Cuando lo alcanzaron le tiraron todos sus libros y le hicieron una zancadilla que lo tiró al suelo.
Vi que sus gafas volaron y cayeron al suelo como a tres metros de él.
Miró hacia arriba y pude ver una tremenda tristeza en sus ojos. Mi corazón se estremeció, así que corrí hacia él mientras gateaba buscando sus gafas. Vi lagrimas en sus ojos.
Le acerqué a sus manos sus gafas y le dije, "esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto".
Me miró y me dijo: "¡gracias!".
Había una gran sonrisa en su cara; una de esas sonrisas que mostraban verdadera gratitud.
Lo ayudé a llevar sus libros. Ví que vivía cerca de mi casa. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Yo nunca había conocido a alguien que fuera a una escuela privada.
Caminamos hasta su casa, parecía un buen chico.
Le pregunté si quería jugar al fútbol el sábado conmigo y con mis amigos, y aceptó.
Estuvimos juntos todo el fin de semana.
Mientras mas conocíamos a Mike, mejor nos caía, tanto a mi como a mis amigos.
Llegó el lunes por la mañana y ahí estaba Mike con aquella enorme pila de libros de nuevo.
Me paré y le dije: "Hola, vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días".
Se rió y me dio la mitad para que le ayudara.
Durante los siguientes cuatro años nos convertimos en los mejores amigos.
Cuando ya estábamos por terminar la secundaria, Mike decidió ir a la Universidad de Georgetown y yo a la de Duke.
Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema.
El estudiaría medicina y yo administración, con una beca de fútbol.
Llegó el gran día de la Graduación. Él preparó el discurso. Yo estaba feliz de no ser el que tenía que hablar. Mike se veía realmente bien.
Era uno de esas personas que se había encontrado a sí mismo durante la secundaria, había mejorado en todos los aspectos. Tenía más citas con chicas que yo y todas lo adoraban. ¡Caramba! Algunas veces hasta me sentía celoso... Hoy era uno de esos días.
Pude ver que él estaba nervioso por el discurso, así que le di una palmadita en la espalda y le dije: "Vas a estar genial, amigo".

(Me miró con una de esas miradas de agradecimiento) y me sonrió: "Gracias", me dijo.
Carraspeó y comenzó su discurso: "La Graduación es un buen momento para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a través de estos años difíciles: tus padres, tus maestros, tus hermanos, quizá algún entrenador... pero principalmente a tus amigos.
Yo estoy aquí para decirles que ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir y, a este propósito, les voy a contar una historia".
Yo miraba a mi amigo incrédulo cuando comenzó a contar la historia del primer día que nos conocimos.
Aquel fin de semana él tenia planeado suicidarse. Habló de cómo limpió su armario y por qué llevaba todos sus libros con él para que su madre no tuviera que ir después a recogerlos a la escuela.
Me miraba fijamente y me sonreía. "Afortunadamente fui salvado."Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable".
Yo escuchaba con asombro cómo este apuesto y popular chico contaba a todos ese momento de debilidad.
Sus padres también me miraban y me sonreían con esa misma sonrisa de gratitud.
En ese momento me di cuenta de lo profundo de sus palabras:
Nunca subestimes el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la vida de otra persona, para bien o para mal. Dios nos pone a cada uno frente a la vida de otros para impactarlos de alguna manera. Los amigos son ángeles que nos llevan en sus
brazos cuando nuestras alas tienen problemas para volar.

Miércoles de Ceniza: el inicio de la Cuaresma.



La imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo.

La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y es un tiempo de oración, penitencia y ayuno. Cuarenta días que la Iglesia marca para la conversión del corazón.

Las palabras que se usan para la imposición de cenizas, son:

- "Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás"

- "Conviérte y cree en el Evangelio".

Origen de la costumbre

Antiguamente, los judíos acostumbraban a cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios.

En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su voluntad de convertirse.

En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.

Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.

También fue usado el período de Cuaresma para preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.

La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.

Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios. La ceniza se le impone a los niños y a los adultos.

Significado del carnaval al inicio de la Cuaresma

La palabra carnaval significa adiós a la carne y su origen se remonta a los tiempos antiguos en los que por falta de métodos de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los productos que no se podían consumir durante ese período (no sólo carne, sino también leche, huevo, etc.)

Con este pretexto, en muchas localidades se organizaban el martes anterior al miércoles de ceniza, fiestas populares llamadas carnavales en los que se consumían todos los productos que se podrían echar a perder durante la cuaresma.

Muy pronto empezó a degenerar el sentido del carnaval, convirtiéndose en un pretexto para organizar grandes comilonas y para realizar también todos los actos de los cuales se "arrepentirían" durante la cuaresma, enmarcados por una serie de festejos y desfiles en los que se exaltan los placeres de la carne de forma exagerada, tal como sigue sucediendo en la actualidad en los carnavales de algunas ciudades, como en Río de Janeiro, Brasil o Nueva Orleans, Estados Unidos.

El ayuno y la abstinencia

El miércoles de ceniza y el viernes santo son días de ayuno y abstinencia. La abstinencia obliga a partir de los 14 años y el ayuno de los 18 hasta los 59 años. El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día y la abstinencia es no comer carne. Este es un modo de pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y decirle que queremos cambiar de vida para agradarlo siempre.

La oración

La oración en este tiempo es importante, ya que nos ayuda a estar más cerca de Dios para poder cambiar lo que necesitemos cambiar de nuestro interior. Necesitamos convertirnos, abandonando el pecado que nos aleja de Dios. Cambiar nuestra forma de vivir para que sea Dios el centro de nuestra vida. Sólo en la oración encontraremos el amor de Dios y la dulce y amorosa exigencia de su voluntad.

Para que nuestra oración tenga frutos, debemos evitar lo siguiente:

La hipocresía: Jesús no quiere que oremos para que los demás nos vean llamando la atención con nuestra actitud exterior. Lo que importa es nuestra actitud interior.

La disipación: Esto quiere decir que hay que evitar las distracciones lo más posible. Preparar nuestra oración, el tiempo y el lugar donde se va a llevar a cabo para podernos poner en presencia de Dios.

La multitud de palabras: Esto quiere decir que no se trata de hablar mucho o repetir oraciones de memoria sino de escuchar a Dios. La oración es conformarnos con Él, nuestros deseos, nuestras intenciones y nuestras necesidades. Por eso no necesitamos decirle muchas cosas. La sinceridad que usemos debe salir de lo profundo de nuestro corazón porque a Dios no se le puede engañar.

El sacrificio

Al hacer sacrificios, debemos hacerlos con alegría, ya que es por amor a Dios. Si no lo hacemos así, causaremos lástima y compasión y perderemos la recompensa de la felicidad eterna. Dios es el que ve nuestro sacrificio desde el cielo y es el que nos va a recompensar. Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan, en verdad os digo, ya recibieron su recompensa. Tú cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre que está en lo secreto: y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará. " (Mt 6,6)"

El sacrificio, es preciso dulcificarlo con un amor grande a Dios. El dolor nos engrandece cuando sabemos sobrellevarlo. La Virgen María en su vida tuvo que llevar a cabo muchos sacrificios y lo hizo con mucha alegría y amor a Dios.

Palabras de Juan Pablo II sobre el miércoles de ceniza (pronunciadas el 16-2-1983)
El miércoles de ceniza se abre una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para la preparación del misterio pascual, o sea, el recuerdo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra: "matanoeiete", es decir "Convertíos". Este imperativo es propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.

La sugestiva ceremonia de la Ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia.

Sinónimo de "conversión" es así mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.

sábado, 14 de febrero de 2015

EVANGELIO DEL DOMINGO 15 DE FEBRERO

Primera lectura

Lectura del libro del Levítico (13,1-2.44-46):
El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!" Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 31,1-2.5.11

R/.
Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,31–11,1):
Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

Palabra de Dios

Evangelio

Evangelio según san Marcos (1,40-45), del domingo, 15 de febrero de 2015

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor
 
 COMENTARIO DEL EVANGELIO
 
Hoy como ayer, la sociedad ha apartado a aquellas personas que puedan significar una amenaza o peligro para su seguridad o su orden. En el fondo de esta actitud defensiva está el miedo. El miedo a la delincuencia nos hace poner medidas de control y represión. El miedo a la inseguridad y al terrorismo interior o exterior, nos hace pedir más cárceles y cumplimiento integral de las penas. El miedo a los maltratadores nos hace pedir medidas de alejamiento y protección. El miedo a los manifestantes e indignados nos lleva a hacer leyes mordaza… Y del miedo, surge el rechazo de los mendigos, delincuentes, extranjeros, encarcelados, toxicómanos… A nivel religioso pasa lo mismo y se muestra no sólo en estos rechazos, sino también en el de los homosexuales, madres solteras, prostitutas, transexuales, divorciados, paganos, laicistas. Los leprosos eran también personas apartadas de la sociedad, lo cuenta la primera lectura: “El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento” Todos estos miedos y peligros son reales y puede haber razones lógicas en algunas de las medidas no deseadas pero necesarias: la lepra se consideraba que era contagiosa.
Pero el evangelio nos sitúa en otra perspectiva, el primer milagro es tocarlo: “Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó”. Para Dios no hay gente impura ni excluida, todos están llamados igualmente a formar parte de su comunidad, ya que ha caducado la antigua división entre puro e impuro. No tengamos miedo, como no lo tuvo Jesús, a poner nuestras manos sobre aquellos que hasta hoy nos han causado repugnancia y rechazo. Jesús ve la realidad  desde la óptica del que está al otro lado, desde el excluido, el que vive al margen, detrás de la frontera, de los barrotes o de los muros. La sociedad tiene sus razones para actuar como actúa, pero  el amor nos pide romper la lógica normal de nuestros miedos para incorporarlos a la convivencia, recuperar su dignidad y hacer que se sientan aceptados por los demás y, por tanto, por Dios.
El segundo milagro es curarlo de su enfermedad física y el tercero integrarlo en la comunidad. A pesar de la prohibición, el leproso se acercó a Jesús, se puso de rodillas a sus pies para pedir ayuda, y dijo con absoluta humildad: “Si quieres, puedes curarme”. Es la oración de un auténtico creyente: Si quieres… Jesús responde: “Quiero: queda limpio”, su palabra es eficaz y transformadora, hace lo que dice. Y lo reintegra a la comunidad: “Para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”. Es esta, una intervención social modélica, pero sobre todo una intervención  de salvación.
Jesús le dice: “No se lo digas a nadie. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones”, provocando lo que temía: de todas parte vendrán a buscar sus milagros, pero sin la fe de aquel hombre. Lo único importante es la de fe, el milagro es algo accidental en la vida cristiana. Cada uno de nosotros también puede tener cierta lepra interior que nos deforma y nos aparta de los hermanos, no somos “los puros”. Querer curarse es la condición para acercarnos a Jesucristo y a toda la comunidad, la oración es simple: Si quieres… puedes limpiarme.
No es el miedo sino el amor la fuerza positiva de la Historia, se nos invita a ser alternativa, a no rechazar a nadie, en definitiva a creer en Dios y abrir nuestras puertas y nuestras mentes a todos los marginados del tipo que sean. Termino con unos versos que pueden servir de inspiración: J. A. Goytisolo: “Había una vez un lobito bueno,/al que maltrataban todos los corderos./Había también un príncipe malo,/una bruja hermosa y un pirata honrado./Todas estas cosas había una vez,/cuando yo soñaba un mundo al revés” y otros de Gloria Fuertes: “Qué inutilidad es ser/cualquier profesión discreta/no quiero ser florecilla quitameriendas,/quiero ser quitadolores,/Santa Ladrona de Penas,/ser misionera en el barrio/ser monja en las tabernas/ser dura con las beatas/ser una aspirina inmensa/que quien me cate se cure/rodando por los problemas./Hacer circo en los conflictos,/limpiar llagas en las celdas,/proteger a los amantes imposibles,/mentir a la poesía secreta,/restañar las alegrías/y echar lejía donde el odio alberga./Si consigo este trabajo,/soy mucho más que poeta.”
 

Nos vamos preparando para la Cuaresma