lunes, 23 de febrero de 2015
Perder el miedo al sufrimiento
Si en la historia humana está presente el sufrimiento, Cristo es la
prueba del amor de Dios Padre hacía el hombre que sufre. La cruz sigue
siendo la clave para interpretar, desde la mirada cristiana, el misterio
del sufrimiento en la historia del hombre. Dios se pone de parte del
hombre: “Se humilló a sí mismo asumiendo su condición de siervo,
obedeciendo hasta la muerte de cruz” (Flp 2, 7-8). Dios está siempre al
lado del que sufre, su omnipotencia se manifiesta en el hecho de haber
aceptado libremente el sufrimiento. Dios es Amor y si no hubiese
existido esa agonía en la cruz de nuestro Señor, no nos hubiera revelado
su condición primordial: Dios es amor. Cargó así con nuestros
sufrimientos, con nuestra fragilidad. Entre la cruz y la resurrección
encontramos la certeza de que Dios salva al hombre. Por su redención, la
muerte no es un mal definitivo, más bien está sometida al poder de la
vida. Solamente Dios salva y salva a toda la humanidad en Cristo, Jesús:
Jeshua – Dios salva- . La muerte temporal no puede destruir el
destino del hombre hacía la vida eterna. Esa visión cara a cara a la
que estamos llamados nos permitirá gozar de la plenitud de la verdad, la
plenitud de la vida. Una vida que no tiene
límites, ni tiempo, participación en la vida de Dios mismo que se
realizará con la eterna comunión de la Trinidad Santa. La sabiduría de
la cruz ha iluminado a muchos santos. La vida de Jesús nos ha sido dada
como modelo y su muerte es el rescate de la muerte. Su vida da sentido a
la nuestra. Cristo nos enseña a vivir con su vida y con su muerte; amor
con amor se paga… Permanezcamos abrazados a la cruz, solo en Cristo
podemos descifrar y entender el misterio del hombre. Necesitamos ojos y
corazón de niños para ver la verdad y ver el bien más allá de nuestras
cruces. Los santos entendieron perfectamente que todo es gracia;
supieron vislumbrar que Cristo que nos ama desde siempre, que deja sus
huellas en nuestro caminar. Solo si unimos nuestro corazón con el suyo
en amor y plena confianza, le descubriremos haciendo morada en el hondón
de nuestro ser y en cada hermano que sufre, sobre todo en los momentos
de prueba. Sufrir con Cristo es estar receptivo a los planes de
Dios. Nuestra cruz suele hacerse más dolorosa cuando no hemos
perseverado y reafirmado nuestra fe. En este camino debemos
configurarnos con Cristo, aprenderemos así que la cruz es una escuela de
amor y de entrega. En donación al hermano debemos testimoniar la cruz
como Árbol de la Vida, sin miedo, llevando la esperanza y la paz de
Cristo. La oración de Cristo en Getsemaní prueba la verdad del amor
mediante la verdad del sufrimiento. La cruz de Cristo se convierte
entonces en la fuente de la que brotan ríos de agua viva. Todo
sufrimiento es redimido por su amor y nosotros con nuestras cruces
participamos también del sufrimiento redentor de Cristo. El ser humano
halla en la resurrección una luz que ilumina los sentidos, dice San
Pablo en la segunda epístola a los corintios: “Porque así como abundan
en nosotros los padecimientos de Cristo, así por su mediación rebosa
nuestra consolación”. Cuando se llega a esta experiencia profunda de la
Cruz, la razón tiene que callar con un silencio, que abre el corazón y
el alma hacía lo infinito. No se descubre la cruz de Cristo sin los
impulsos del amor; si no amamos, el velo del sufrimiento es un muro
infranqueable. Abandonémonos a ese amor. Dios nos comunica un
conocimiento más profundo. En lo más hondo del Misterio de la cruz está
el Amor excelso. Maricarmen Fernández Carrillo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario