“¿Cómo
se hace, Señor?”
Convivir
con lo que no me deja vivir;
sembrar
la bondad ante el mal;
animar
al que me corta mis ilusiones;
levantar
al que desea mi ocaso...
¿Cómo
se hace, Señor?
Dejar
que te acompañe el que piensa de distinta manera;
defender
el bien, cuando tan de moda está el mal;
callar
cuando mis labios me piden hablar;
hablar,
cuando el evangelio me exige callar...
¿Cómo
se hace, Señor?
Mirar
al mundo con un poco de optimismo;
volcarse
en el mundo, brindando esperanza;
andar
por el mundo sin juicios ni prevenciones...
¿Cómo
se hace, Señor?
Apartar
de mí, la parte de cizaña,
que
hace que mi pensamiento esté confundido;
apartar
de mis pies la cizaña del inmovilismo
de
una fe fácil, sin trascendencia y conformista;
apartar
de mi lengua la cizaña de mis malas palabras
que
hieren, cortan, distancian, ofenden y …
dicen
ser yo menos malo y los demás menos buenos.
¿Cómo
se hace, Señor?
Alcanzar
paciencia ante tanto que queda y aguarda por hacer;
alcanzar
paciencia, cuando ves que la cizaña del mal
brota
y se agiganta más rápidamente que las semillas del bien.
¿Cómo
se consigue todo eso, Señor?
Dame
valor en la lucha, perseverancia en mis obras,
ilusión
en mi siembra, comprensión hacia mis adversarios,
caridad
en mis juicios, seguridad en mis caminos,
esperanza
en lo que hago, digo, y medito. Amén
Javier
Leoz
Meditemos
“Tu
poder es misericordia”
Las
parábolas revelan una imagen nueva de Dios: no es un triunfador, ni
su obra es esplendorosa, sino modesta (mostaza), no se realiza sin
dificultades, sino entre ellas (cizaña). Él es misericordioso y
paciente.
La
parábola
de
la
cizaña
tiene
actualidad.
Hay
defensores
del
pensamiento
único:
nadie
piense
de
manera
distinta
de
quienes
han
decidido
qué
es
trigo
y
qué
es
cizaña.
Se
creen
en
posesión
de
la
verdad,
deciden
sobre
el
bien
y
el
mal,
y
acabar
con
lo
declarado
malo.
Es
la
pretensión
de
todos
los
fanatismos.
Mientras
crecen,
es
difícil
distinguir
el
trigo
y
la
cizaña.
El
juicio
de
Dios
es
paciencia,
compasión
e
indulgencia,
y
respeta
el
ritmo
de
cada
uno.
Nada
de
levantar
muros,
separar,
arrancar,
excomulgar..
¿Soy
paciente,
compasivo
y
misericordioso
conmigo
mismo?
¿Y
con
los
demás?
Jesús
compara
el
Reino
con
el
grano
de
mostaza:
no
es
el
cedro,
lo
poderoso,
sino
la
mostaza,
algo
débil,
insignificante
y
pequeño.
La
parábola
rompía
todos
los
esquemas:
¿cómo
el
poder
de
Dios
va
a
salir
de
una
semilla
tan
pequeña?
¿Y
el
Dios
grande
y
poderoso?
Es
una
invitación
a
trabajar
por
el
Reino,
con
ilusión
y
esperanza,
evitando
el
triunfalismo.
La
levadura
es
buen
modelo
para
los
cristianos:
representa
la
acción
invisible,
lo
que
no
vemos.
Fermenta
en
sí
misma,
e
influye
en
todo
lo
que
la
rodea.
Lo
inerte
se
hace
vivo,
lo
insípido
adquiere
sabor.
Es
tener
la
capacidad
y
la
sencillez
para
transformar
la
convivencia
humana
desde
dentro
y
desde
el
fondo,
sin
hacer
ruido,
desapareciendo
en
la
masa.
Nos
basta saber que la misericordia, la paciencia, la justicia, la
compasión, el amor, tienen nombre propio, Jesús. Lo nuestro es
sembrar, cuidar el campo y regar, para que la cosecha del Reino sea
lo más fecunda posible.
Pensemos
“Conversión
de tres ladrones homicidas”
(Cfr.
Florecillas, XXVI)
Merodeaban
por allí tres ladrones. Un día fueron al eremitorio y pidieron de
comer. El guardián les dijo: “¿No tenéis vergüenza, que, no
contentos con robar a los demás el fruto de sus fatigas, venís para
devorar las limosnas de los servidores de Dios? ¡Que no vuelva a
veros por aquí!”
En
esto, regresó Francisco con pan y vino en la alforja. El guardián
le refirió lo sucedido. Francisco le reprendió, porque mejor se
conduce a los pecadores a Dios con dulzura que con duros reproches;
que Cristo, nuestro Maestro, dice que no tienen necesidad de médico
los sanos, sino los enfermos, y que Él no ha venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores; y por esto El comía muchas veces con
ellos.
“Por
lo tanto -terminó-, ya que has obrado contra la caridad, te mando
que tomes esta alforja y les ofrecezcas de mi parte este pan y vino.
Después te pondrás de rodillas y confesarás tu culpa. Finalmente,
les rogarás de mi parte que no hagan ningún daño en adelante, y
que, si lo hacen así, yo me comprometo a proveerles de lo que
necesiten.
Mientras
el guardián hacía lo mandado, Francisco pidió a Dios que ablandase
sus corazones. El guardián cumplió lo ordenado. Y quiso Dios que
comenzaran a decir: “¡Ay de nosotros, miserables, que no sólo
robamos y matamos, sino que no tenemos remordimiento! En cambio, este
santo hermano nos ha buscado para pedirnos perdón por unas palabras
que nos dijo justamente y nos ha traído pan y vino”. Fueron ante
Francisco que les dijo: “Aunque cometiéramos infinitos pecados,
más grande es la misericordia divina”.
Movidos
por estas palabras, los tres ladrones entraron en la Orden y
comenzaron a hacer gran penitencia.
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