viernes, 25 de julio de 2014

ABRAMOS EL CORAZON





¿Cómo se hace, Señor?”

Convivir con lo que no me deja vivir;
sembrar la bondad ante el mal;
animar al que me corta mis ilusiones;
levantar al que desea mi ocaso...
¿Cómo se hace, Señor?
Dejar que te acompañe el que piensa de distinta manera;
defender el bien, cuando tan de moda está el mal;
callar cuando mis labios me piden hablar;
hablar, cuando el evangelio me exige callar...
¿Cómo se hace, Señor?
Mirar al mundo con un poco de optimismo;
volcarse en el mundo, brindando esperanza;
andar por el mundo sin juicios ni prevenciones...
¿Cómo se hace, Señor?
Apartar de mí, la parte de cizaña,
que hace que mi pensamiento esté confundido;
apartar de mis pies la cizaña del inmovilismo
de una fe fácil, sin trascendencia y conformista;
apartar de mi lengua la cizaña de mis malas palabras
que hieren, cortan, distancian, ofenden y …
dicen ser yo menos malo y los demás menos buenos.
¿Cómo se hace, Señor?
Alcanzar paciencia ante tanto que queda y aguarda por hacer;
alcanzar paciencia, cuando ves que la cizaña del mal
brota y se agiganta más rápidamente que las semillas del bien.
¿Cómo se consigue todo eso, Señor?
Dame valor en la lucha, perseverancia en mis obras,
ilusión en mi siembra, comprensión hacia mis adversarios,
caridad en mis juicios, seguridad en mis caminos,
esperanza en lo que hago, digo, y medito. Amén
Javier Leoz
Meditemos

Tu poder es misericordia”

Las parábolas revelan una imagen nueva de Dios: no es un triunfador, ni su obra es esplendorosa, sino modesta (mostaza), no se realiza sin dificultades, sino entre ellas (cizaña). Él es misericordioso y paciente.
La parábola de la cizaña tiene actualidad. Hay defensores del pensamiento único: nadie piense de manera distinta de quienes han decidido qué es trigo y qué es cizaña. Se creen en posesión de la verdad, deciden sobre el bien y el mal, y acabar con lo declarado malo. Es la pretensión de todos los fanatismos. Mientras crecen, es difícil distinguir el trigo y la cizaña. El juicio de Dios es paciencia, compasión e indulgencia, y respeta el ritmo de cada uno. Nada de levantar muros, separar, arrancar, excomulgar.. ¿Soy paciente, compasivo y misericordioso conmigo mismo? ¿Y con los demás?
Jesús compara el Reino con el grano de mostaza: no es el cedro, lo poderoso, sino la mostaza, algo débil, insignificante y pequeño. La parábola rompía todos los esquemas: ¿cómo el poder de Dios va a salir de una semilla tan pequeña? ¿Y el Dios grande y poderoso? Es una invitación a trabajar por el Reino, con ilusión y esperanza, evitando el triunfalismo.
La levadura es buen modelo para los cristianos: representa la acción invisible, lo que no vemos. Fermenta en misma, e influye en todo lo que la rodea. Lo inerte se hace vivo, lo insípido adquiere sabor. Es tener la capacidad y la sencillez para transformar la convivencia humana desde dentro y desde el fondo, sin hacer ruido, desapareciendo en la masa.
Nos basta saber que la misericordia, la paciencia, la justicia, la compasión, el amor, tienen nombre propio, Jesús. Lo nuestro es sembrar, cuidar el campo y regar, para que la cosecha del Reino sea lo más fecunda posible.






Pensemos

Conversión de tres ladrones homicidas”
(Cfr. Florecillas, XXVI)

Merodeaban por allí tres ladrones. Un día fueron al eremitorio y pidieron de comer. El guardián les dijo: “¿No tenéis vergüenza, que, no contentos con robar a los demás el fruto de sus fatigas, venís para devorar las limosnas de los servidores de Dios? ¡Que no vuelva a veros por aquí!”
En esto, regresó Francisco con pan y vino en la alforja. El guardián le refirió lo sucedido. Francisco le reprendió, porque mejor se conduce a los pecadores a Dios con dulzura que con duros reproches; que Cristo, nuestro Maestro, dice que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, y que Él no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores; y por esto El comía muchas veces con ellos.
“Por lo tanto -terminó-, ya que has obrado contra la caridad, te mando que tomes esta alforja y les ofrecezcas de mi parte este pan y vino. Después te pondrás de rodillas y confesarás tu culpa. Finalmente, les rogarás de mi parte que no hagan ningún daño en adelante, y que, si lo hacen así, yo me comprometo a proveerles de lo que necesiten.
Mientras el guardián hacía lo mandado, Francisco pidió a Dios que ablandase sus corazones. El guardián cumplió lo ordenado. Y quiso Dios que comenzaran a decir: “¡Ay de nosotros, miserables, que no sólo robamos y matamos, sino que no tenemos remordimiento! En cambio, este santo hermano nos ha buscado para pedirnos perdón por unas palabras que nos dijo justamente y nos ha traído pan y vino”. Fueron ante Francisco que les dijo: “Aunque cometiéramos infinitos pecados, más grande es la misericordia divina”.
Movidos por estas palabras, los tres ladrones entraron en la Orden y comenzaron a hacer gran penitencia.






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