“La misericordia obtiene el perdón de nuestros pecados y nos
convierte en hijos de Dios, joyas preciosas en las manos del Padre bueno
y misericordioso”, con estas palabras el Papa Francisco explicó como la
misericordia divina ha estado siempre presente en la historia del
Pueblo de Israel.
Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la
Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó que la misericordia de Dios
Padre ha acompañado a los Patriarcas, por caminos de gracia y
reconciliación. Incluso, cuando el Pueblo fue esclavizado en Egipto, la
misericordia divina no es indiferente. “La misericordia no puede
permanecer indiferente delante del sufrimiento de los oprimidos, del
grito de quien padece la violencia, reducido a la esclavitud, condenado a
muerte, dijo el Papa. Es una dolorosa realidad que aflige toda poca,
incluida la nuestra, y que muchas veces nos hace sentir impotentes”.
Ante este sufrimiento, Dios suscita siempre mediadores de
misericordia, señaló el Pontífice, es así que comienza la historia de
Moisés como mediador de liberación para el pueblo. “La misericordia de
Dios actúa siempre para salvar. El Señor, afirmó el Papa, mediante su
siervo Moisés, guía a Israel en el desierto como si fuera un hijo, lo
educa en la fe y realiza la alianza con él, creando una relación de amor
fuerte, como aquel del padre con el hijo y el del esposo con la
esposa”.
Antes de concluir su catequesis, el Sucesor de Pedro dijo que “la
misericordia divina, llega a pleno cumplimiento en el Señor Jesús, en
aquella nueva y eterna alianza consumada con su sangre, que con el
perdón destruye nuestro pecado y nos hace definitivamente hijos de Dios,
joyas preciosas en las manos del Padre bueno y misericordioso”.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la Sagrada Escritura, la misericordia de Dios está presente a lo largo de toda la historia del Pueblo de Israel.
Con su misericordia, el Señor acompaña el camino de los Patriarcas, a
ellos les dona hijos no obstante su condición de esterilidad, los
conduce por caminos de gracia y de reconciliación, como demuestra la
historia de José y de sus hermanos (Cfr. Gen 37-50). Y pienso en tantos
hermanos que están alejados dentro de una familia y no se hablan. Pero
este Año de la Misericordia es una buena ocasión para reencontrarse,
abrazarse y perdonarse, ¡eh! Olvidar las cosas feas. Pero, como sabemos,
en Egipto la vida para el pueblo se hace dura. Y es ahí cuando los
Israelitas están por perecer, que el Señor interviene y realiza la
salvación.
Se lee en el libro del Éxodo: «Pasó mucho tiempo y, mientras tanto,
murió el rey de Egipto. Los israelitas, que gemían en la esclavitud,
hicieron oír su clamor, y ese clamor llegó hasta Dios, desde el fondo de
su esclavitud. Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con
Abraham, Isaac y Jacob. Entonces dirigió su mirada hacia los israelitas y
los tuvo en cuenta» (2,23-25). La misericordia no puede permanecer
indiferente delante del sufrimiento de los oprimidos, del grito de quien
padece la violencia, reducido a la esclavitud, condenado a muerte. Es
una dolorosa realidad que aflige toda época, incluida la nuestra, y que
muchas veces nos hace sentir impotentes, tentados a endurecer el corazón
y pensar en otra cosa. Dios en cambio «no es indiferente» (Mensaje para
la Jornada Mundial de la paz 2016, 1), no desvía jamás la mirada del
dolor humano. El Dios de misericordia responde y cuida de los pobres, de
aquellos que gritan su desesperación. Dios escucha e interviene para
salvar, suscitando hombres capaces de oír el gemido del sufrimiento y de
obrar en favor de los oprimidos.
Es así que comienza la historia de Moisés como mediador de liberación
para el pueblo. Él afronta al Faraón para convencerlo en dejar salir a
Israel; y luego guiará al pueblo, a través del Mar Rojo y el desierto,
hacia la libertad. Moisés, que la misericordia divina ha salvado a penas
nacido de la muerte en las aguas del Nilo, se hace mediador de aquella
misma misericordia, permitiendo al pueblo nacer a la libertad salvado de
las aguas del Mar Rojo. Y también nosotros en este Año de la
Misericordia podemos hacer este trabajo de ser mediadores de
misericordia con las obras de misericordia para acercarnos, para dar
alivio, para hacer unidad. Tantas cosas buenas se pueden hacer.
La misericordia de Dios actúa siempre para salvar. Es todo lo
contrario de las obras de aquellos que actúan siempre para matar: por
ejemplo aquellos que hacen las guerras. El Señor, mediante su siervo
Moisés, guía a Israel en el desierto como si fuera un hijo, lo educa en
la fe y realiza la alianza con él, creando una relación de amor fuerte,
como aquel del padre con el hijo y el del esposo con la esposa.
A tanto llega la misericordia divina. Dios propone una relación de
amor particular, exclusiva, privilegiada. Cuando da instrucciones a
Moisés a cerca de la alianza, dice: «Ahora, si escuchan mi voz y
observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los
pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un
reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada» (Ex 19,5-6).
Cierto, Dios posee ya toda la tierra porque lo ha creado; pero el
pueblo se convierte para Él en una posesión diversa, especial: su
personal “reserva de oro y plata” como aquella que el rey David afirmaba
haber donado para la construcción del Templo.
Por lo tanto, esto nos hacemos para Dios acogiendo su alianza y
dejándonos salvar por Él. La misericordia del Señor hace al hombre
precioso, como una riqueza personal que le pertenece, que Él custodia y
en la cual se complace.
Son estas las maravillas de la misericordia divina, que llega a pleno
cumplimiento en el Señor Jesús, en aquella “nueva y eterna alianza”
consumada con su sangre, que con el perdón destruye nuestro pecado y nos
hace definitivamente hijos de Dios (Cfr. 1 Jn 3,1), joyas preciosas en
las manos del Padre bueno y misericordioso. Y si nosotros somos hijos de
Dios y tenemos la posibilidad de tener esta herencia – aquella de la
bondad y de la misericordia – en relación con los demás, pidamos al
Señor que en este Año de la Misericordia también nosotros hagamos cosas
de misericordia; abramos nuestro corazón para llegar a todos con las
obras de misericordia, la herencia misericordiosa que Dios Padre ha
tenido con nosotros.
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