viernes, 20 de junio de 2014

La libertad de amar a Dios

Dios nunca viola nuestro libre albedrío. De nosotros depende si queremos recibir la gracia de Dios o no; si vamos a colaborar con ella o la vamos a malgastar” (Diario, 1107).
“... Vi dos caminos; un camino ancho, cubierto de arena y flores, lleno de alegría y de música y de otros placeres. La gente iba por ese camino bailando y divirtiéndose, llegaba al final sin advertir que ya era el final. Pero al final del camino había un precipicio espantoso, es decir, el abismo infernal. Aquellas almas caían ciegamente en ese abismo; a medida que llegaban, caían. Y eran tan numerosas que fue imposible contarlas. Y vi también otro camino, o más bien un sendero, porque era estrecho y cubierto de espinas y de piedras, y las personas que por él caminaban tenían lágrimas en los ojos y sufrían distintos dolores. Algunas caían sobre las piedras, pero en seguida se levantaban y seguían andando. Y al final del camino había un jardín espléndido, lleno de todo tipo de felicidad y allí entraban todas aquellas almas. En seguida, desde el primer momento, olvidaban sus sufrimientos” (Diario, 153).
“...Todo lo que es terrenal dura poco. Y todo lo que parece ser grande se esfuma como el humo, y no da libertad al alma, sino cansancio. Feliz el alma que entiende estas cosas y toca la tierra con un solo pie” (Diario, 1141).
“... Si el alma ama sinceramente a Dios y está unida a Él interiormente, entonces aunque por fuera vive en condiciones difíciles, nada tiene el poder de oprimir su interior. Y entre la corrupción puede ser pura e intacta, porque el gran amor de Dios le da fuerza para luchar y Dios Mismo la defiende de modo especial” (Diario, 1094).

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