La
escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento
propio del amor: es una escucha personal, que distingue la voz y
reconoce la del Buen Pastor; una escucha que requiere seguimiento, como
en el caso de los primeros discípulos, que "oyeron sus palabras y
siguieron a Jesús".
Por otra parte, la fe está unida también a la visión. A veces, la visión
de los signos de Jesús precede a la fe, como en el caso de aquellos
judíos que, tras la resurrección de Lázaro, "al ver lo que había hecho
Jesús, creyeron en él". Otras veces, la fe lleva a una visión más
profunda: "Si crees, verás la gloria de Dios". Al final, creer y ver
están entrelazados: "El que cree en mí [...] cree en el que me ha
enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado". Gracias a la
unión con la escucha, el ver también forma parte del seguimiento de
Jesús, y la fe se presenta como un camino de la mirada, en el que los
ojos se acostumbran a ver en profundidad
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