Es increíble la cantidad de gente que pide
oración por tumores malignos que sufren niños y adultos, hombres y mujeres. Es como si
la enfermedad se extendiera cada vez más, como siguiendo un invisible hilo conductor que
va anudando a toda la humanidad. Sin embargo, pocos piden oración por tumores del alma,
tumores espirituales, que también se derraman sobre el mundo como una catarata de lodo
que enturbia y oscurece, ahoga y mata.
Alguien me dijo una vez que es preferible tener un cáncer en el cuerpo, y no en el alma.
Para mucha gente ésta frase sonará extraña, porque se conoce muy bien el cáncer de la
carne, sin embargo es bastante desconocido el cáncer espiritual, en sus alcances y
consecuencias. Nuestra pobre alma, a pesar de que nuestro cuerpo goce de vida plena, puede
estar muerta, muerta a la Gracia. Por eso es que una conversión es siempre el milagro
más grande, porque es simplemente una resurrección de nuestra alma, una vuelta a la vida
de Gracia. Como nuestro cuerpo tiene vida, también nuestra alma la tiene, cuerpo y alma
no pueden ser vistos por separado. Así se ve a muchas gentes que caminan y viven, pero
sin embargo tienen el alma vacía, mortecina. Los cánceres espirituales han ido ahogando
a esas almas, hasta quitarles toda vida, toda luz y mirada espiritual. Gente que vive una
vida vacía, sin Dios, sin un pensamiento o movimiento hacia el deseo de amarlo, de
reconocerlo, de agradarle, de conocer y hacer Su Voluntad.
El alma, igual que el cuerpo, debe ser alimentada con cuidado, y cuidada en forma diaria.
Si al cuerpo se le da comida basura durante bastante tiempo, se enferma. Igual con
el alma, sólo que la comida basura en este caso es lo que se ve en televisión, lo que se
lee, lo que se aprende teniendo malas amistades. Si el cuerpo respira humo de cigarrillo,
enferma en sus pulmones. Si el alma respira el humo de Satanás, pierde la capacidad de
respirar el aire puro que trae el soplo del Espíritu Santo. Tumores que responden al
propio descuido del hombre, a su falta de amor por su cuerpo, y su alma.
Cuando el cáncer ataca el cuerpo, y el alma está viva y saludable en la Gracia del
Señor, se produce una unión con Dios en la seguridad del destino de gozo que esa alma
tiene. La persona sufre miedos, dolores y tristezas humanas, pero una alegría espiritual
envuelve su alma, en la visión anticipada del desposorio espiritual que se avecina.
Cuando el cáncer ataca el alma, y el cuerpo está vivo y saludable, es poco lo que se
nota a nivel humano. Sin embargo, esa persona está en peligro mortal, sujeta al riesgo
supremo de que su cuerpo muera con su alma en ese estado, sin haber resucitado antes del
tránsito ¡Difícil imaginar una situación más desesperante! Si, desesperante, porque
esta alma no tiene esperanza, no se ha abierto a la Gracia que garantiza la promesa del
Reino, más allá de las desventuras humanas que le toquen vivir.
Y finalmente, cuando el cáncer ataca cuerpo y alma a la vez, la persona se enoja con la
vida, con Dios, con quienes la rodean. Por supuesto, si no hay esperanza, sólo queda la
desesperación. Hay que dar ayuda a estas almas, para sanar el cáncer del cuerpo, pero
fundamentalmente el del alma. Que en el dolor y la enfermedad la persona reconozca y
recupere a Dios. Si el alma resucita, y la persona vuelve a sonreírle, a llorar, a
pedirle, podrá pasar cualquier cosa al cuerpo, pero el alma estará salvada para toda la
eternidad.
Hay muchas personas que sólo piensan en fiestas en las que todos beben, todos fuman,
todos se adormecen con música que atonta. La publicidad nos vende un mundo de almas
muertas. Veo la imagen de cuerpos vacíos, que se mueven y hablan, pero están vacíos
espiritualmente. Estos cánceres espirituales son invisibles a los ojos humanos, como
muchos tumores malignos del cuerpo también lo son. Hace falta buen diagnóstico para
reconocerlos, a tiempo, y proceder a la terapia que intente una cura. Pero,
irremediablemente, sin una cura efectiva ambos conducen a la muerte.
Mientras tanto, los cristianos tenemos la vacuna contra el cáncer espiritual guardada en
nuestra casa, y no la damos a los enfermos ¡Tenemos la cura y no la compartimos con los
demás! Para hacer las cosas más ridículas aún, ni siquiera usamos la vacuna en
nosotros mismos. Nos estamos muriendo y la tenemos guardada allí, sin que nadie la
utilice. Muchas veces tenemos ante nuestros ojos a nuestros propios hijos muriéndose de
cáncer del alma, y ni siquiera movemos un dedo para darles la medicina. Somos tan necios,
que pese a haber sido educados como médicos del alma, discípulos del Medico Salvador, no
ejercemos la profesión de la que fuimos investidos en el Bautismo.
Está claro que es preferible un cáncer del cuerpo, que no mata el alma, y no un cáncer
espiritual, que trae acarreada la muerte eterna. Un cáncer del cuerpo puede ser, en
cambio, la puerta a la resurrección del alma. La medicina está a nuestro alcance: es la
Palabra de Dios, Palabra de Amor que envuelve a todo el universo, que resucita y da vida,
vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario