El Evangelio de San Mateo
(2,1-12) relata la historia de los magos.
Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a conocer. Aunque Jesús se
dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como
epifanías tres eventos:
Su Epifanía ante los Magos de Oriente: Se trata de una manifestación a los paganos, para
poner de relieve que el Niño Dios que nace, viene para salvarnos a todos,
independientemente de nuestra raza.
Su Epifanía del Bautismo del Señor: Manifestación a los judíos por medio de San Juan
Bautista.
Su Epifanía de las Bodas de Caná: Manifestación a Sus discípulos y comienzo de Su vida
pública por intercesión de su Madre María.
LOS OBSEQUIOS
Melchor, que representa a los europeos,
ofreció al Niño Dios un presente de oro que atestigua su realeza. Gaspar, representante
de los semitas de Asia, cuyo bien más preciado es el incienso, lo ofreció al Niño como
símbolo de su divinidad. Y por último, Baltasar, negro y con barba, se identifica con
los hijos de Cam, los africanos, que entregan la mirra, en alusión a su futura pasión y
resurrección.
LA ADORACIÓN DE LOS REYES
MAGOS
según las visiones de
la Beata Ana Catalina Emmerich.
"Vi la caravana de los tres
Reyes llegando a una puerta situada hacia el Sur.
Un grupo de hombres los siguió hasta un arroyo que hay delante de la ciudad, volviéndose
luego. Cuando hubieron pasado el arroyo, se detuvieron un momento para buscar la estrella
en el cielo. Habiéndola divisado dieron un grito de alegría y continuaron su marcha
cantando. La estrella no los conducía en línea recta, sino por un camino que se desviaba
un poco al Oeste.
La gran estrella
"La estrella, que brillaba durante la noche como un globo de fuego, se parecía ahora
a la luna vista durante el día; no era perfectamente redonda, sino como recortada; a
menudo la vi oculta por las nubes (...) El camino que seguían los Reyes era solitario, y
Dios los llevaba sin duda por allí para que pudieran llegar a Belén durante la noche,
sin llamar demasiado la atención.
Los vi ponerse en camino cuando ya el sol se hallaba muy bajo. Iban en el mismo orden, en
que habían venido ; Ménsor, el más joven, iba delante; luego venía Saír, el cetrino,
y por fin Teóceno, el blanco, que era también el de más edad.
"Les hablaron del valle de los pastores como de un buen lugar para levantar sus
carpas. Ellos se quedaron durante largo rato indecisos. Yo no les oí preguntar nada
acerca del rey de los judíos recién nacido. Sabían que Belén era el sitio designado
por la profecía; pero, a causa de lo que Herodes les había dicho, temían llamar la
atención.
"Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro semejante a
la luna cuando aparece; montaron entonces nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un
foso y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al
Oriente hacia la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura donde los
ángeles se habían aparecido a los pastores (...) "El campamento se hallaba en parte
arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante, sobre la
colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella
pareció crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria de luz (...)
Un gran júbilo
"De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en medio de la luz, la figura
resplandeciente de un niño. Todos se destocaron para demostrar su respeto; luego los tres
Reyes fueron hacia la colina y encontraron la puerta de la gruta. Ménsor la abrió,
viéndola llena de una luz celeste, y al fondo, a la Virgen, sentada, sosteniendo al
Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en sus visiones.
³Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que acababa de ver (...) Los vi
ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo. Tenían un reflejo
brillante, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su
alrededor. Eran éstas las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas. En la
cintura llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo esto
con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido por cuatro personas de su
familia, además de algunos servidores de Ménsor que llevaban una mesa pequeña, una
tapete con flecos y otros objetos.
"Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el alero que estaba delante de la
gruta, cubrieron la mesa con el tapete y cada uno de ellos puso encima las cajas de oro y
los vasos que desprendieron de su cintura :
eran los presentes que ofrecían entre todos.
En el pesebre
"Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de la
gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una tela sobre
el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás ; otros dos los siguieron con la
mesa, sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen, Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla
en tierra, los depositó respetuosamente a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los
cuatro hombres de su familia que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus
acompañantes, se habían quedado atrás, cerca de la entrada.
"María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada sobre una
especie de alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado en el lugar
en que había nacido; pero en el momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen se
sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto también
por su amplio velo.
Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el cual miraba con semblante
amable desde el centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre sostenía su cabecita
con uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro.
Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a su
alrededor (...) Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su
cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo, afiladas
en la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó humildemente sobre
las rodillas de la Santísima Virgen al lado del Niño Jesús (...) Después se retiró,
retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se adelantó con los
suyos y se arrodilló con una profunda humildad, ofreciendo su presente con palabras
conmovedoras. Era un vaso de oro para poner el incienso, lleno de pequeños granos
resinosos, de color verdoso; lo puso sobre la mesa delante del Niño Jesús.
Luego vino Teóceno, el mayor de los tres. Tenía mucha edad; sus miembros estaban
endurecidos, no siéndole posible arrodillarse; pero se puso de pie, profundamente
inclinado, y colocó sobre la mesa un vaso de oro con una hermosa planta verde. Era un
precioso arbusto de tallo recto, con pequeños ramos crespos coronados por lindas flores
blancas: era la mirra (...) Las palabras de los Reyes y de todos sus acompañantes eran
llenas de simplicidad y siempre muy conmovedoras. En el momento de prosternarse y al
ofrecer sus presentes, se expresaban más o menos en estos términos: «Hemos visto su
estrella; sabemos que Él es el Rey de todos los reyes; venimos a adorarlo y a ofrecerle
nuestro homenaje y nuestros presentes». Y así sucesivamente (...)
Dulce y amable gratitud
La madre de Dios aceptó todo con humilde acción de gracias; al principio no dijo nada,
pero un simple movimiento bajo su velo expresaba su piadosa emoción. El cuerpecito del
Niño se mostraba brillante entre los pliegues de su manto.
Por fin, Ella dijo a cada uno algunas palabras humildes y llenas de gracia, y echó un
poco su velo hacia atrás. Allí pude recibir una nueva lección.
Pensé: «con qué dulce y amable gratitud recibe cada presente! Ella, que no tiene
necesidad de nada, que posee a Jesús, acoge con humildad todos los dones de la caridad.
Yo también, en lo futuro, recibiré humildemente y con agradecimiento todas las dádivas
caritativas» ¡Cuánta bondad en María y en José! No guardaban casi nada para ellos, y
distribuían todo entre los pobres
(...)
Los honores solemnes rendidos al Niño Jesús, a quien ellos se veían obligados a alojar
tan pobremente, y cuya dignidad suprema quedaba escondida en sus corazones, los consolaba
infinitamente. Veían que la Providencia todopoderosa de Dios, a pesar de la ceguera de
los hombres, había preparado para el Niño de la Promesa, y le había enviado desde las
regiones más lejanas, lo que ellos por sí no podían darle: la adoración debida a su
dignidad, y ofrecida por los poderosos de la tierra con una santa magnificencia. Adoraban
a Jesús con los santos Reyes. Los homenajes ofrecidos los hacían muy felices (...)
Agasajo
"Entre tanto, José, con la ayuda de dos viejos pastores, había preparado una comida
frugal en la tienda de los tres Reyes. Trajeron pan, frutas, panales de miel, algunas
hierbas y frascos de bálsamo, poniéndolo todo sobre una mesa baja, cubierta con un
tapete. José había conseguido estas cosas desde la mañana para recibir a los Reyes,
cuya venida le había sido anunciada de antemano por la Santísima Virgen (...) En
Jerusalén vi hoy, durante el día, a Herodes leyendo todavía unos rollos en compañía
de unos escribas, y hablando de lo que habían dicho los tres Reyes. Después todo entró
nuevamente en calma, como si se hubiera querido acallar este asunto.
"Hoy por la mañana temprano vi a los Reyes y a algunas personas de su séquito,
visitando sucesivamente a la Sagrada Familia. Los vi también, durante el día, cerca de
su campamento y de sus bestias de carga, ocupados en hacer diversas distribuciones.
Estaban llenos de júbilo y de felicidad, y repartían muchos regalos. Vi que entonces, se
solía siempre hacer esto, en ocasión de acontecimientos felices.
"Por la noche, fueron al Pesebre para despedirse. Primero fue sólo Ménsor.
María le puso al Niño Jesús en los brazos; él lloraba y resplandecía de alegría.
Luego vinieron los otros dos, y derramaron lágrimas al despedirse. Trajeron todavía
muchos presentes; piezas de tejidos diversos, entre los cuales algunos que parecían de
seda sin teñir, y otros de color rojo o floreados; también trajeron muy hermosas
colchas. Quisieron además dejar sus grandes mantos de color amarillo pálido, que
parecían hechos con una lana extremadamente fina; eran muy livianos y el menor soplo de
aire los agitaba.
Traían también varias copas, puestas las unas sobre las otras, cajas llenas de granos, y
en una cesta, unos tiestos donde había hermosos ramos de una planta verde con lindas
flores blancas. Aquellos tiestos se hallaban colocados unos encima de otros dentro de la
canasta. Era mirra. Dieron igualmente a José unos jaulones llenos de pájaros, que
habían traído en gran cantidad sobre sus dromedarios para alimentarse con ellos.
La despedida
"Cuando se separaron de María y del Niño, todos derramaron muchas lágrimas.
Vi a la Santísima Virgen de pie junto a ellos en el momento de despedirse.
Llevaba sobre su brazo al Niño Jesús envuelto en su velo, y dio algunos pasos para
acompañar a los Reyes hasta la puerta de la gruta; allí se detuvo en silencio, y para
dar un recuerdo a aquellos hombres excelentes, desprendió de su cabeza el gran velo
transparente de tejido amarillo que la envolvía, así como al Niño Jesús, y lo puso en
las manos de Ménsor. Los Reyes recibieron aquel presente inclinándose profundamente, y
un júbilo lleno de respeto hizo palpitar sus corazones, cuando vieron ante ellos a la
Santísima Virgen sin velo, teniendo al pequeño Jesús. ¡Cuántas dulces lágrimas
derramaron al abandonar la gruta! El velo fue para ellos desde entonces la más santa de
las reliquias que poseían.
"Hacia la medianoche, tuve de pronto una visión. Vi a los Reyes descansando en su
carpa sobre unas colchas tendidas en el suelo, y cerca de ellos percibí a un hombre joven
y resplandeciente. Era un ángel que los despertaba y les decía que debían partir de
inmediato, sin volver por Jerusalén, sino a través del desierto, siguiendo las orillas
del Mar Muerto.
"Los Reyes se levantaron enseguida de sus lechos, y todo su séquito pronto estuvo en
pie. Mientras los Reyes se despedían en forma conmovedora de san José una vez más
delante de la gruta del Pesebre, su séquito partía en destacamentos separados para tomar
la delantera, y se dirigía hacia el Sur con el fin de costear el Mar Muerto atravesando
el desierto de Engaddi.
"Los Reyes instaron a la Sagrada Familia a que partiera con ellos, porque sin duda
alguna un gran peligro la amenazaba; luego aconsejaron a María que se ocultara con el
pequeño Jesús, para no ser molestada a causa de ellos.
Lloraron entonces como niños, y abrazaron a san José diciéndole palabras conmovedoras;
luego montaron sus dromedarios, ligeramente cargados, y se alejaron a través del
desierto. Vi al ángel cerca de ellos, en la llanura, señalarles el camino. Pronto
desaparecieron. Seguían rutas separadas, a un cuarto de legua unos de otros,
dirigiéndose durante una legua hacia el Oriente, y enseguida hacia el Sur, en el
desierto.
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