Hace apenas unas semanas hemos estrenado un nuevo año.
Un nuevo año es una oportunidad. Ha de ser celebrado
porque lo iniciamos con un corazón agradecido, ha de ser un tiempo de encuentro
donde tenga cabida la sorpresa, el milagro, el estupor. No es una esperanza
fortuita, ni producto de un juego de azar, sino es ir al encuentro del nuevo
tiempo en la esperanza, de la realización plena del amor de Dios.
Si el año que terminó lo hemos puesto en las manos
misericordiosas del Padre, pongamos en su
Providencia el año que acabamos de estrenar, que todos nuestros días que
están por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor, que, bien
sabemos, cada instante de nuestra vida depende totalmente de Dios. Es Él quien
nos cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario para cada
día, pues cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir Su amor y cada
día tiene su propio afán.
El amor de Dios se complace en hacer nuevas todas las
cosas.
Dios renueva constantemente el mundo; lo visible y lo
invisible.
También tú eres renovado, aunque no seas capaz de
verlo.
El amor de Dios se regocija en compartirse en cada
instante, es el mismo Amor que nos ha creado de la nada. Es Dios mismo que se
comparte con nosotros en cada instante especialmente en la Eucaristía. Por eso,
podemos aventurarnos ya desde este momento a desear y esperar un buen año y...
¡Que se realice como nuestro Padre Dios lo haya dispuesto!
Jesús Sánchez Adalid, Pbro.
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