Situémonos
“Si miras por tu
hermano,
habrás
salvado su vida y la tuya”
El profeta debe denunciar el mal y al malvado para
que pueda convertirse (Ezequiel 33,7-9).
Jesús establece un
proceso en la corrección fraterna: primero el diálogo, después los testigos,
finalmente llevar el caso a la comunidad. No sirve lo de “decirle cuatro
palabritas” o “cantar las cuarenta”. No debe ser hacerse porque irrita, ni por
ser “martillo de herejes”. Como hermanos, somos responsables unos de otros. Nos
debería doler, como en carne propia, el mal camino del hermano, y desear,
porque le queremos, su bien. Por eso, nos acercamos a él y le ayudamos para que
enmiende su camino, porque deseamos su felicidad. ¡Qué gran don y signo de amor
es la corrección fraterna! (Mateo 18,15-20).
Porque todos los
mandamientos, han de estar impulsados por el amor al prójimo (Romanos 13,8-10).
Así que
atentos a la voz de Dios y del hermano: “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No
endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94,1-2. 6-7. 8-9).
Abramos el
corazón
“Hazlo....,
pero con amor”
Si
los defectos dificultan mi camino,
ayúdame
a superarlos, pero con amor.
Si
avanzo en la dirección equivocada,
indícame
el camino…., pero con amor.
Si
algo de mí no te gusta y te hiere,
házmelo
saber….pero con amor.
Si
mi vida se dispara hacia un túnel sin salida
adviértemelo….,
pero con amor.
Si
soy egoísta o vanidoso, si la envidia no me deja ser feliz,
si
tengo mil vicios o caídas, dímelo…., pero con amor.
Si
no soy como tengo que ser, no quieras que sea como tú,
pero
si tú vives en la verdad y yo en la mentira,
dime
cómo se sale de ella…., pero con amor.
Si
me falta corazón y caridad,
reza
por mí….., pero hazlo con amor.
Si
estoy mal conmigo mismo y con los demás,
si
me encuentro agarrotado por la soberbia,
si
hace tiempo que perdí el norte de mi existir,
mírame
a los ojos…., pero hazlo con amor.
Si
pensamos de forma diferente,
si
crees que podemos caminar juntos, si todavía confías en mí,
lo
intentaremos de nuevo….., pero con amor.
Una
cosa te digo:
Si
piensas que sólo soy yo el que fallo;
si
crees que sólo soy yo el falto de caridad;
si
crees que tú eres el santo, el bueno y el sabio,
no
me digas entonces nada…
Porque
entonces es cuando me daré cuenta
que
tú tampoco dejas actuar a Dios.
Dime
lo que quieras…, pero eso sí…hazlo con amor. Amén.
Javier
Leoz
Meditemos
“todo lo que desatéis en la tierra quedará
desatado en el cielo”
La corrección fraterna
supone mirada limpia y profunda, encuentro fraterno, y opción por el prójimo.
El Evangelio muestra la actitud que
debe existir en la comunidad: misericordia como la del Padre. La comunidad es
grupo de hermanos en el que las murallas de clases sociales, prejuicios,
privilegios, se han de derribar para que nazca la comunidad.
Jesús nos anima a ayudarnos mutuamente
a ser mejores. Es una invitación a reflexionar sobre nuestras relaciones con
los demás. ¿Estamos más habituados al lenguaje de la responsabilidad y la culpa
que al del amor y la gratuidad?
La comunidad de Jesús no está formada
por “buenos y malos”, “perdonados y perdonadores”, “jueces y reos”, sino por
hermanos que se quieren y se ayudan. ¿Los grupos, las parroquias, son la
comunidad que Jesús pensaba y quería?
Jesús habla de “atar o desatar”. De
nosotros depende. Jesús apostó por “atar” su vida a las personas empobrecidas,
enfermas, víctimas de la corrupción y de la injusticia, “desatándolas” de todo
tipo de exclusión y opresión. Su vida es signo de acogida, liberación y perdón.
Modelo y ejemplo para la nuestra.
El encuentro fraterno, siendo
plenamente humano (“ponerse de acuerdo”), es signo eficaz de la presencia
liberadora de Jesús. En la oración y por la oración aprendemos a vivir en
confianza incondicional. Nos convertimos en cauce de la presencia, acogida,
solidaridad, ternura... de Jesús, los unos para los otros. Nuestra tarea es
ayudarnos mutuamente a ser personas más humanas, más libres y más felices,
caminando juntos hacia la fraternidad universal.
Pensemos
“San Francisco y la
corrección”
(Leyenda
de Perusa, 106, resumido)
Uno de sus compañeros le habló en cierta
ocasión:
- «Padre, perdóname,
porque lo que voy a decirte. Tú sabes cómo en tiempos anteriores los hermanos
observaban con celo y fervor cuanto se refiere a nuestra profesión. Ahora bien,
desde hace poco tiempo esta pureza se ha deteriorado. Viendo todo esto, creemos
que te disgusta; pero estamos sorprendidos de cómo lo soportas y no lo
corriges, si es que te disgusta».
El bienaventurado Francisco respondió:
- «Hermano, que el Señor
te perdone por haber intentado mezclarme en cuestiones que no son de mi
incumbencia».
Y añadió:
- «Mientras tuve el
gobierno de los hermanos, ellos permanecieron fieles a su vocación. Pero cuando
me apercibí de que ni mis consejos ni mi modo de vivir les apartaban del mal
camino, entonces puse la Religión en manos del Señor y de los ministros».
Y dijo:- «Mi cargo es espiritual: estar sobre los hermanos
para corregir los vicios. Y, si no puedo enmendarlos con mis exhortaciones y mi
ejemplo, no quiero convertirme en verdugo que castigue y flagele, como hacen
los poderes de este mundo. Sin embargo, hasta el día de mi muerte no cesaré de
enseñar con mi ejemplo cómo han de marchar los hermanos por el camino que el
Señor me mostró, y que yo les mostré a fin de que no hallen excusa delante del
Señor, ni yo tenga que rendir cuentas más tarde ante Dios ni de ellos ni de mí
mismo».
“No
quiero convertirme en verdugo que castigue y flagele”.
Pensemos
“La corrección”
Una leyenda cuenta que el emperador estaba de
caza: al ir a buscar un ave que había caído en un maizal, quedó admirado del
cultivo; se olvidó de la presa y se dedicó a recoger las magníficas mazorcas.
De pronto, aparece el dueño y se sorprende al ver al
mismísimo emperador frente a él. En tono grave lo interpela:
-
¡Yo no sabía que el emperador robase!
El soberano sin argumentos le respondió:
-
Tienes razón al decirme esto; te devuelvo las mazorcas.
Pero el campesino, con una sonrisa, le dice:
-
Majestad, es una broma. No tiene que devolverme nada. Es un honor que se lleve
los frutos de mi trabajo.
El
emperador insistía en devolverlas y el súbdito que se las quedase. Finalmente
el emperador dijo:
-
Está bien: yo recibo tus mazorcas como un regalo, pero tú tendrás que aceptar
un obsequio de mi parte. Te doy mi capa. El
campesino aceptó la prenda. El monarca, apenas llega al palacio, convoca a su
corte y con rostro afligido les dice:
-
Hoy ha ocurrido algo terrible: al internarme en un maizal, salió a mi encuentro
un hombre y me robó la capa.
Todos exclamaron:
-
¡Es reo de muerte!
-
¡Vayan a buscarlo!, dijo el emperador.
Al rato aparece el acusado, temblando de pánico.
El emperador, entonces, se dirige a sus ministros:
- ¿Veis a este hombre? Él vale más que todos vosotros. Porque hasta
ahora nadie se atrevió a corregirme, a decirme la verdad sobre mi conducta. Él
lo hizo. Por eso, a partir de ahora, quiero que esté siempre a mi lado y siga
corrigiéndome.
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