Imprégnalo todo de sencillez !!!
La lógica del mundo es complicada y rebuscada, llena de recovecos, caretas y artificios simulados, todo para conseguir tan sólo unas migajas de prestigio, de influencia, de poder o de dinero. Cuánta hipocresía y falsedad allí donde crees encontrar aprecio, interés y afable cortesía. Cuánta política de intereses, cuánto egoísmo y cuánta egolatría detrás de fines buenos e, incluso, con apariencia muy cristiana.
¿Crees, acaso, que el corazón del hombre, abandonado a sí mismo, es capaz de algo bueno sin Dios y sin su gracia? La sencillez, en cambio, cautiva y atrae los corazones más endurecidos, suaviza las situaciones más tensas, suscita la confianza de los demás, gana amistades y afectos.
Sencillez y llaneza en el trato con los demás, en tu oración, en tu alegría, en tu saber estar, en tu quehacer laboral, en tu entrega apostólica.
Simplicidad, sobre todo, en tu vida espiritual y en tu relación con Dios, pues cuanto más sencillo es todo más lleva la huella y la presencia de Dios. En las circunstancias más anodinas e insustanciales, en las más aparentemente ineficaces, en la sencillez de lo más ordinario, ahí se te da el Señor con una plenitud capaz de desbordar y traspasar los pequeños límites de cada acontecimiento. Imprégnalo todo de sencillez, allana esos senderos tortuosos y escarpados de tu alma y contagiarás a muchos ese suave aroma de la presencia de Dios. El mundo, quizá, no entienda nunca el lenguaje de la sencillez, pero es el que habla Dios, si tú quieres entenderle a Él.
La lógica del mundo es complicada y rebuscada, llena de recovecos, caretas y artificios simulados, todo para conseguir tan sólo unas migajas de prestigio, de influencia, de poder o de dinero. Cuánta hipocresía y falsedad allí donde crees encontrar aprecio, interés y afable cortesía. Cuánta política de intereses, cuánto egoísmo y cuánta egolatría detrás de fines buenos e, incluso, con apariencia muy cristiana.
¿Crees, acaso, que el corazón del hombre, abandonado a sí mismo, es capaz de algo bueno sin Dios y sin su gracia? La sencillez, en cambio, cautiva y atrae los corazones más endurecidos, suaviza las situaciones más tensas, suscita la confianza de los demás, gana amistades y afectos.
Sencillez y llaneza en el trato con los demás, en tu oración, en tu alegría, en tu saber estar, en tu quehacer laboral, en tu entrega apostólica.
Simplicidad, sobre todo, en tu vida espiritual y en tu relación con Dios, pues cuanto más sencillo es todo más lleva la huella y la presencia de Dios. En las circunstancias más anodinas e insustanciales, en las más aparentemente ineficaces, en la sencillez de lo más ordinario, ahí se te da el Señor con una plenitud capaz de desbordar y traspasar los pequeños límites de cada acontecimiento. Imprégnalo todo de sencillez, allana esos senderos tortuosos y escarpados de tu alma y contagiarás a muchos ese suave aroma de la presencia de Dios. El mundo, quizá, no entienda nunca el lenguaje de la sencillez, pero es el que habla Dios, si tú quieres entenderle a Él.
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