La misericordia divina es una gran luz de amor y de ternura, es la caricia de Dios sobre las heridas de nuestros pecados.
Tomando como base el Evangelio de la adúltera perdonada (Juan 8,1-11)
en que los fariseos y los escribas llevan ante Jesús a una mujer
sorprendida en adulterio y le preguntan qué hacer de ella, teniendo en
cuenta que la ley de Moisés preveía la lapidación, por tratarse de un
pecado considerado gravísimo, el Papa Francisco explicó el significado
de la misericordia de Dios:
El matrimonio es el símbolo y también una realidad humana de la relación de Dios con su pueblo. Y cuando se arruina el matrimonio con un adulterio, se ensucia esta relación de Dios con el pueblo.
Pero los escribas y los fariseos plantean esta pregunta para tener un
motivo para acusarlo: Si Jesús hubiera dicho: ‘Sí, sí, adelante con la
lapidación’, habrían dicho a la gente: ‘Pero éste es su maestro tan
bueno… ¡Miren qué cosa ha hecho con esta pobre mujer!’. Y si Jesús
hubiera dicho: ‘¡No, pobrecita! ¡Perdónenla!’, habrían dicho: ‘¡No
cumple la ley!’
A los fariseos no les importaba la mujer; no les importaban los
adúlteros, quizá alguno de ellos era adúltero. ¡Sólo les importaba
tender una trampa a Jesús!”. De ahí la respuesta del Señor: “¡Quien de
ustedes esté sin pecado, arroje la primera piedra contra ella!”.
Reconocer el propio Pecado
El
Evangelio dice que los acusadores se fueron, uno a uno, comenzando por
los más ancianos. Se ve que éstos en el banco del cielo tenían una buena
cuenta corriente contra ellos. Y Jesús permanece solo con la mujer,
como un confesor, diciéndole: “Mujer, ¿dónde estoy? ¿Nadie te ha
condenado? ¿Dónde estoy? Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las
acusaciones, sin las habladurías. ¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?”.
La mujer responde: “¡Nadie Señor!”, pero no dice: “¡Ha sido una falsa
acusación! ¡Yo no cometí adulterio!”, ella RECONOCE su pecado”. Y Jesús afirma: "¡Ni siquiera yo te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante no peques más",
para no pasar un feo momento como este; para no pasar tanta vergüenza;
para no ofender a Dios, para no ensuciar la hermosa relación entre Dios y
su pueblo. ¡Jesús perdona!. Pero aquí se trata de algo más que el
perdón.
Ser perdonado y NO pecar más
Jesús supera la ley y va más allá. No le dice: ‘¡El adulterio no es pecado!’. ¡No lo dice! Pero no la condena con la ley. Y éste es el misterio de la misericordia. Éste es el misterio de la misericordia de Jesús”.
La misericordia es algo difícil de comprender: Pero, ‘Padre, la
misericordia ¿borra los pecados?’. No, ¡lo que borra los pecados es el
perdón de Dios!. La misericordia es el modo con que Dios perdona. Porque
Jesús podía decir: ‘Yo te perdono. ¡Ve!’, como dijo a aquel paralítico
que le habían presentado desde el techo: ‘¡Te son perdonados tus
pecados!’. Aquí dice: ‘¡Ve en paz!’. Jesús va más allá. Le aconseja que no peque más.
Aquí se ve la actitud misericordiosa de Jesús: defiende al pecador de
sus enemigos; defiende al pecador de una condena justa. También
nosotros, cuántos de nosotros, quizá deberíamos ir al infierno, ¿cuántos
de nosotros? Y esa condena es justa… y Él perdona más allá. ¿Cómo? ¡Con
esta misericordia!.
La misericordia va más allá
La misericordia va más allá y hace la vida de una persona de tal modo
que el pecado es arrinconado. Es como el cielo: Nosotros miramos el
cielo, tantas estrellas, tantas estrellas; pero cuando sale el sol, por
la mañana, con tanta luz, las estrellas no se ven. Y así es la
misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura. Dios perdona
pero no con un decreto, sino con una caricia, acariciando nuestras
heridas del pecado. Porque Él está implicado en el perdón, está
implicado en nuestra salvación. Y así Jesús hace de confesor: no la
humilla, no le dice ‘¡Qué has hecho, dime! ¿Y cuándo la has hecho? ¿Y
cómo lo has hecho? ¿Y con quién lo has hecho?’. ¡No! ‘¡Ve,
ve y de ahora en adelante no peques más!’. Es grande la misericordia de
Dios, es grande la misericordia de Jesús. ¡Perdonándonos,
acariciándonos!”.
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