Es la primera santa canonizada del siglo
XXI. En su tiempo, marcado por inmensos sufrimientos, justamente en los
años más oscuros y desesperantes que van del primer al segundo
conflicto mundial, el mismo Cristo entrega a la joven sor Faustina
(1905-1938) el mensaje de la divina misericordia.
Fue su compatriota Juan Pablo II quien
la elevó a los altares en la ceremonia realizada el 30 de abril del año
2000 ante doscientos mil peregrinos en Roma y otros miles más que
presenciaban en directo la ceremonia en la explanada del santuario de
Lagiewniki, dedicado a la Misericordia, en Cracovia, en perfecta
comunicación entre los dos centros. Ya antes, cuando aún era cardenal de
Cracovia, le correspondió firmar el decreto de clausura del proceso
diocesano de beatificación. Y antes aún, cuando era un joven trabajador
de la fábrica de Solvay, visitaba cotidianamente el santuario para hacer
oración y pedir ayuda para el día cantero en aquellos tiempos tan
aciagos para la humanidad. En el momento de transición del milenio, el
papa la presentó como modelo para toda la Iglesia por ser mensajera de
una espiritualidad por la que él mismo se sintió atraído desde que era
un muchacho. «No es un mensaje nuevo –afirmó el papa– pero se puede
considerar de esencial iluminación para ayudarnos a revivir más
intensamente el Evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de
luz a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo».
Elena Kowalsca, tercera de diez hijos,
nació el 25 de agosto de 1905 en una pequeña aldea polaca llamada
Glogowieck –actualmente en la provincia de Konin–, dentro de una familia
con pocos medios económicos. La bautizaron en la parroquia de San
Casimiro, en Swinice Warckie, imponiéndole el nombre de Elena. Recibió
solamente instrucción o enseñanza primaria, no daban para más las arcas
familiares. A los dieciséis años comenzó a cooperar económicamente a las
necesidades de los suyos con su trabajo. Cuando manifestó sus deseos de
hacerse religiosa, recibió una negativa por parte de los padres; solo
dos años más tarde logró sacar adelante su deseo con el permiso paterno,
pero las religiosas de la Congregación de la Madre de Dios de la
Misericordia aún retrasaron su admisión por un año, que fue el tiempo
que tardó en reunir –trabajando como sirvienta– la pequeña dote que le
exigían antes de entrar en el convento.
El 1 de agosto de 1925, a los veinte
años, fue admitida en el convento de las Hermanas de Nuestra Señora de
la Misericordia, de la calle Zitnia, en Varsovia. Allí recibió el nombre
de Sor María Faustina; hizo el noviciado en Cracovia y emitió sus votos
en presencia del obispo St. Rospond. En distintas casas de la
Congregación desempeñó los oficios más humildes: cocinera, jardinera y
portera, pasando los períodos más largos en las de Cracovia, Plock y
Vilna.
Fueron años intensos. Dios quiso darle
gracias extraordinarias; parece que llegó a predecir el comienzo de la
segunda guerra mundial y la elección de un papa polaco, pero lo más
significativo fue que se le encomendó desde lo Alto la misión de
propagar al mundo la devoción a la Divina Misericordia o del Amor
Misericordioso. Este fue el único polo de atracción de toda su vida.
Su Diario, obra donde la santa
relata su experiencia mística de consagración a la Divina Misericordia,
es todo un itinerario atravesado por visiones, éxtasis, revelaciones y
estigmas escondidos; pero, a pesar de estar llena de tantas gracias,
ella escribió: «Ni las gracias ni las revelaciones, ni los éxtasis,
ni ningún otro don concedido al alma la hacen perfecta, sino la comunión
del alma con Dios». Esos apuntes de los cuatro últimos años de su
vida –conocidos solo después de su muerte y escritos por sugerencia de
su director espiritual, P. Miguel Sopocko– registran todos los
encuentros de su alma con Dios, revelan que María Faustina ha sido una
de las personas a las que Dios quiso elevar a la mayor altura de la
mística en pleno siglo XX, y que hoy engrosa la lista de los mayores
místicos de la historia de la Iglesia. Una vida en la que se advierte la
mezcolanza de gracias sobrenaturales extraordinarias y la lucha
continua para corresponder a ellas fielmente cada día en la reducida
perspectiva de su oculta vida de religiosa joven en un pequeño convento
polaco. Con su lenguaje sencillísimo, el Diario es la mejor
literatura mística del siglo XX, que sorprende al teólogo por la
profundidad maravillosa encerrada en la candidez de su estilo.
Faustina tuvo que soportar grandes
sufrimientos morales y físicos, aceptados y ofrecidos en reparación por
los pecados de los hombres. En su propia experiencia se inspiran los ‘Apóstoles de la misericordia divina’,
un movimiento integrado por sacerdotes, religiosos y laicos, unidos por
el compromiso de vivir la compasión en la relación con los hermanos,
hacer conocer el misterio de la divina clemencia e invocar la
magnanimidad de Dios hacia los pecadores. Esta familia espiritual,
aprobada en 1996 por la archidiócesis de Cracovia, está presente hoy en
29 países del mundo.
Faustina murió de tuberculosis el 5 de
octubre de 1938; sus restos se depositaron en la tumba común del
cementerio, situado al fondo del jardín de la casa de la comunidad de
Cracovia-Lagiewniki, hasta el traslado, en el año 1966, a la capilla de
las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, también en
Cracovia.
Una de las encíclicas más emblemáticas del Papa fue la que se denomina Dives in misericordia (30-IX-1980),
acto magisterial con el que anima a la humanidad entera, especialmente a
los católicos, a contemplar con agradecimiento la infinita bondad de
Dios que se manifiesta en su permanente disposición al perdón del hombre
redimido. Luego vino el atentado que pretendió acabar con su vida y
casi lo consiguió. Justo a un año de distancia, después de la
recuperación física de los meses que le tuvieron al filo de la
eternidad, pudo pronunciar en el primer aniversario de la encíclica
aquellas memorables palabras: «Desde el comienzo de mi ministerio en
la Sede de Pedro, considero este mensaje del Amor Misericordioso como
mi tema particular. La Providencia me lo ha asignado en la situación
contemporánea del hombre, de la Iglesia, del mundo».
Tanto la beatificación –18 de abril de
1993– como la canonización –30 de abril del 2000– de María Faustina han
tenido lugar en el segundo domingo de Pascua. Original: esa es la fecha
que el Señor indicó a Faustina para que se celebrara la Fiesta de la
Divina Misericordia. Nada extraño tiene que su mensaje haya quedado
plasmado en la determinación de Juan Pablo II de hacer fiesta universal
de la Misericordia Divina el segundo domingo de Pascua: «En su
honor, en todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre
de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo
cristiano a afrontar, con la confianza en la benevolencia divina, las
dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años
venideros».
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