Que Dios se puede aparecer a las personas de las maneras más
insospechadas y en los lugares más extraños es algo indudable. Si no que
se lo cuenten a Sylvain Clement, un filósofo que vivió una conversión
radical viniendo desde el ateísmo, la desesperación y el nihilismo. Pero
Dios aconteció de manera fulgurante y le cambió el corazón y pese a que
al principio se resistió una vez que experimentó el verdadero amor, su
vida recobró un sentido tal que nunca quiso volver a lo anterior.
El sin sentido en su vida
La historia comienza en septiembre de 1994 cuando este joven tenía apenas 22 años. Sylvain caminaba por la basílica de Nuestra Señora de Longpont sur Orge junto
a su amiga Emmanuelle, a la que conoció en un centro para
personas discapacitadas en el que trabajaron juntos. Ella había decidido
antes de conocernos retirarse durante nueve meses a una comunidad
religiosa para pensar sobre una posible vocación. Este era nuestro paseo
de despedida. Yo no creía en Dios ni en el diablo, me empeñaba en
ponerle mil objeciones aunque fui tocado por la sencillez de su
alegría y la sinceridad de su fe, recuerda Sylvain Clement en Famille
Chretienne.
¿Cuál es el sentido de la vida?
En
aquellos días, en mí se manifestaba la sombra de la desesperación que
había tenido durante años. Estaba absorbido por el abismo de la nada al
igual que un meteorito es succionado por un agujero negro. Su pasado le
atormentaba. De este modo, recuerda que desde los 16 años sin descanso
me asaltaban las siguientes preguntas: ¿cuál es el sentido de mi vida?
¿Qué hacer con ella? ¿Por qué merece la pena ser vivida? ¿Por qué el
sufrimiento?... Incluso afirmaba que la muerte me fascinaba más y
meditaba vagando en los cementerios. Pero un hecho comienza a cambiarle
un poco la percepción de la vida. Fue el suicidio de un amigo. En ese
momento, este joven francés se decía: “no quiero vivir a medias, quiero
una vida plena, que valga la pena de haber sido vivida”. Pero el
problema es que no sé cómo.
La búsqueda en la filosofía
Intentó
encontrar la felicidad en su mente. “Busqué entre los poetas y los
filósofos, leí decenas de libros. Este deseo de entender, esta búsqueda
de un sentido me empujó a hacer Filosofía en la Sorbona". Aunque este
camino le llevó a la decepción: "la filosofía se veía como un
supermercado con sus estantes, los grandes pensadores, cada uno con su
programa que tenía la clave de todo. Pero, ¿cuál era la correcta?".
Hubo
tres autores que le llamaron la atención: Kant, Nietzsche y Freud. Con
sus escritos, cuenta, "me entere de que la verdad no es accesible, la
búsqueda es mejor que el resultado. Cultivé la duda y la sospecha y caí
en la desesperación. Tuve la horrible experiencia del vacío, un abismo
parecía abrirse debajo de mis pies, incluso llegué a no creer en el
amor. Si no existe, entonces, ¿qué es el amor?". Por todo ello, el amor
no podría ser otra cosa que "egoísmo disfrazado".
Un ángel se le aparece
Con
este sentimiento de historia volvemos al paseo con Emmanuelle por la
basílica. Van caminando por sus maravillosos pasillos. En ese momento se
separan por distintos pasillos. Y aquí llegó el extraño momento que
cambió su existencia. “Pasaba delante de una estatua del obispo
Dionisio. Y de repente, vi en su corazón el rostro de un niño. Parecía
uno de esos ángeles con el pelo rizado. Esta cara se volvió hacía mí y me miró como diciendo "ven, sígueme".
Me detuve asombrado, volví a la estatua pero el niño había
desaparecido”. No lograba explicarse aquello. ¿Era una alucinación? No
encontraba ninguna explicación racional para ello.
Al encontrarse con Emmanuelle le contó. “¡Me ha pasado algo que parece una locura!”,
le dijo. Ella, con alegría le dijo muy contenta que era algo “genial”
pues “es tu ángel de la guarda”. El problema para Sylvain es que no
creía en los ángeles, ni siquiera creía en Dios, se lo dijo casi
enfadado a su joven amiga.
La palabra de Dios me habla personalmente
Tras
esto, ambos se sentaron en un banco mientras ella rezaba en silencio
por él. En el camino de regreso, Silvayn comienza a sentirse más ligero y
al despedirse de su amiga, que iba a hacer una experiencia en el
convento está triste pero sereno. Él mismo reconoce que desde aquel día
todo fue muy rápido. Al día siguiente de esta “aparición” se sintió
atraído a ir a la iglesia de su barrio de París. “Yo que no era
bautizado, iba a vivir una de las primeras misas de mi vida. La palabra
de Dios me habla a mí personalmente. Tenía la impresión de que mis oídos
se abren. Las palabras del sacerdote también me tocaban. No asistía a
la misa, la viví”.
Experimenta algo que nunca había tenido.
“Llega a mí la paz, se impone en mí una dulzura, por primera vez estoy
bien”. Y lo que más molestaba a este joven es que esa paz “no venía de
mí” y “me hacía libre”. Él que buscaba todo esto con su cabeza y su
razón lo había encontrado de repente convertido en Presencia de Dios.
Redescubrir el perdón
“En
pocos días: una cara de niño aparece en el corazón de una estatua de un
obispo; una hostia que oculta una Presencia inaudita; al día siguiente
unas lágrimas venidas de las profundidades releyendo cartas de mis
padres; dos días después, un perdón liberador y que pacifica
descubriendo la confesión…”.
A pesar de esto, la lucha durante
su conversión fue grande. “Conocí el combate real”, afirma. “No es fácil
porque al adversario no le gusta que se renuncie a un camino de
muerte para ir al de Dios”.
Pero ese gran día llegó. “Fui
bautizado en la Iglesia Católica en Pentecostés de 1995. Día de júbilo y
de victoria”. Su vida se inició también ahí. “Sobre esta roca construí
mi vida” y empieza a tomar decisiones en su vida acorde a esta vida. Se
casó con Emmanuelle, ha tenido tres hijos y al final sus estudios de
filosofía le han servido para impartir clase y mostrar la belleza de la
unión entre fe y razón.
En la Iglesia me encontré con Cristo
vivo y descubrí sorprendido el Dios de los Evangelios, que nos ama y
quiere salvar a todos los hombres. Tengo muchas razones para decir
"gracias" a Aquel que me salvó de la desesperación y la eternidad no
sería suficiente para darle la gracias.
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