¿Cómo ora el Papa Francisco? ¿Cuál es su rutina diaria?
Rezo el Oficio todas las mañanas. Me gusta rezar con los Salmos.
Después, inmediatamente, celebro la misa. Rezo el Rosario. Lo que
verdaderamente prefiero es la Adoración vespertina, incluso cuando me
distraigo pensando en otras cosas o cuando llego a dormirme rezando.
Por la tarde, por tanto, entre las siete y las ocho, estoy ante el
Santísimo en una hora de adoración. Pero rezo también en mis esperas al
dentista y en otros momentos de la jornada.
La oración es para mí siempre una oración “memoriosa”,
llena de memoria, de recuerdos, incluso de memoria de mi historia o de
lo que el Señor ha hecho en su Iglesia o en una parroquia concreta. Para
mí, se trata de la memoria de que habla san Ignacio en la primera
Semana de los Ejercicios, en el encuentro misericordioso con Cristo
Crucificado. Y me pregunto: “¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?”.
Es la memoria de la que habla también Ignacio en la Contemplación para
alcanzar amor, cuando nos pide que traigamos a la memoria los beneficios
recibidos. Pero, sobre todo, sé que el Señor me tiene en su memoria. Yo
puedo olvidarme de Él, pero yo sé que Él jamás se olvida de mí. La
memoria funda radicalmente el corazón del jesuita: es la memoria de la
gracia, la memoria de la que se habla en el Deuteronomio, la memoria de
las acciones de Dios que están en la base de la alianza entre Dios y su
pueblo. Esta es la memoria que me hace hijo y que me hace también ser
padre.
(19 de Septiembre 2013, fragemento entrevista con el P. Antonio Spadaro, S.J.)
Te invitamos ahora a continuación para que ores con nosotros este Salmo, meditando cada palabra en tu corazón:
Salmo 50, Mi pecado y tu misericordia
Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.
"Contra ti solo pequé."
Ese
es mi dolor y mi vergüenza, Señor. Contra ti solo pequé. Sé cómo ser
bueno con los demás; soy una persona atenta y amable, y me precio de
serlo; soy educado y servicial, me llevo bien con todos y soy fiel a mis
amigos. No hago daño a nadie, no me gusta molestar o causar pena. Y,
sin embargo, a ti, y ti solo, sí que te he causado pena. He traicionado
tu amista y he herido tus sentimientos.
"Contra ti solo pequé."
Si
les preguntas a mis amigos, a la gente que vive conmigo y trabaja a mis
órdenes o yo a las suyas, si tienen algo contra mí, dirán que no, que
soy una buena persona; y sí, tengo mis defectos (¿quién no los tiene?),
pero en general soy fácil de tratar, no levanto la voz y soy incapaz de
jugarle una mala pasada a nadie; soy persona seria y de fiar, y mis
amigos saben que pueden confiar en mí en todo momento. Nadie tiene
ninguna queja seria contra mí. Pero tú sí que la tienes, Señor. He
faltado a tu ley, he desobedecido a tu voluntad, te he ofendido. He
llegado a desconocer tu sangre y deshonrar tu muerte. Yo, que nunca le
falto a nadie, te he faltado a ti. Esa es mi triste distinción.
"Contra ti solo pequé."
Fue
pasión o fue orgullo, fue envidia o fue desprecio, fue avaricia o fue
egoísmo...; en cualquier caso, era yo contra ti, porque era yo contra tu
ley, tu voluntad y tu creación. He sido ingrato y he sido rebelde. He
despreciado el amor de mi Padre y las órdenes de mi Creador. No tengo
excusa ante ti, Señor.
"Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el tribunal me condenarás justamente."
Condena justa que acepto, ya que no puedo negar la acusación ni rechazar la sentencia.
"En la culpa nací;
pecador me concibió mi madre.
Yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado."
Confieso
mi pecado y, yendo más adentro, me confieso pecador. Lo soy por
nacimiento, por naturaleza, por definición. Me cuesta decirlo, pero el
hecho es que yo, tal y como soy en este momento, alma y cuerpo y mente y
corazón, me sé y me reconozco pecador ante ti y ante mi conciencia.
Hago el mal que no quiero, y dejo de hacer el bien que quiero. He sido
concebido en pecado y llevo el peso de mi culpa a lo largo de la cuesta
de mi existencia.
Pero,
si yo soy pecador, tú eres Padre. Tú perdonas y olvidas y aceptas. A ti
vengo con fe y confianza, sabiendo que nunca rechazas a tus hijos
cuando vuelven a ti con dolor en el corazón.
"Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Rocíame con el hisopo y quedaré limpio;
lávame y quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa."
Hazme
sentirme limpio. Hazme sentirme perdonado, aceptado, querido. Si mi
pecado ha sido contra ti, mi reconciliación ha de venir de ti. Dame tu
paz, tu pureza y tu firmeza. Dame tu Espíritu.
"Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu;
devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso."
Dame la alegría de tu perdón para que yo pueda hablarles a otros de ti y de tu misericordia y de tu bondad.
"Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza."
Que
mi caída sea ocasión para que me levante con más fuerza; que mi
alejamiento de ti me lleve a acercarme más a ti. Me conozco ahora mejor a
mí mismo, ya que conozco mi debilidad y mi miseria; y te conozco a ti
mejor en la experiencia de tu perdón y de tu amor. Quiero contarles a
otros la amargura de mi pecado y la bendición de tu perdón. Quiero
proclamar ante todo el mundo la grandeza de tu misericordia.
"Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti."
Que
la dolorosa experiencia del pecado nos haga bien a todos los pecadores,
Señor, a tu Iglesia entera, formada por seres sinceros que quieren
acercarse a unos y a otros, y a ti en todos, y que encuentran el negro
obstáculo de la presencia del pecado sobre la tierra. Bendice a tu
pueblo, Señor.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión;
reconstruye las murallas de Jerusalén.