No digas no haber obtenido aquello que has pedido rezando mucho,
porque te has beneficiado espiritualmente. De hecho, ¿qué bien más
sublime puede existir al de estar unido con el Señor y perseverar en esa
unión ininterrumpida con Él? Quien se encuentra protegido por la
oración no deberá tener miedo de la sentencia del Juez divino, como le
sucede al condenado aquí en la tierra. Por eso, si eres sabio y no corto
de vista, al recuerdo de ese juicio podrás fácilmente alejar de tu
corazón las ofensas recibidas y todo rencor, las preocupaciones por los
negocios terrenos y los sufrimientos que se derivan; la tentación de las
pasiones y de todo género de maldad. Con la súplica constante del
corazón prepárate a la oración perenne de los labios, y rápido avanzarás
en la virtud (San Juan Clímaco, La Escala del Paraíso, escalón XXVlll, no. 190).
Soy un amante del arte. Disfruto con aquello que nos transmite la
belleza de nuestro mundo y nos hace atisbar, aunque sólo sea un poquito,
lo que será el cielo. Música, pintura, escultura, cine… cuando están
bien hechos, todos son chispazos de eternidad, de la belleza que será
ver a Dios cara a cara.
Uno de los artistas que de modo particular disfruto es, sin duda,
Caravaggio. El pintor italiano nacido en Milán, pero afincado en
diversas ciudades de la península itálica, es un maestro en todos los
sentidos. Pero si hay algo que le caracteriza de modo especial es el
juego que realiza con la luz y las sombras. Tomemos por ejemplo la
famosísima “Vocación de San Mateo”.
La entrada de luz por la ventana y el modo como ilumina los
personajes de la escena es magistral. Pero, y ustedes estarán de acuerdo
conmigo, no podríamos valorar esa luz si no es por las tinieblas que
rodean el resto y que nos resaltan con más notoriedad cada expresión y
color salidos del pincel del artista italiano.
Y
creo que este es justamente el paisaje que San Juan Clímaco nos quiere
pintar con el texto que les he compartido. Ahí nos invita a ver nuestra
vida en perspectiva y a no lamentarnos ante los momentos de dificultad,
como si fueran algo estéril o carente de sentido. No. Cuando la cruz se
vive en oración, en unión con Dios, no digo que se deje de sufrir y que
no duela, pero sí puedo afirmar con cada una de las letras que ese
sufrimiento gana en peso de cara a mi vida y de cara a mi eternidad.
Recuerdo particularmente una persona que conozco que me comentaba el
dolor que sentía ante la separación de sus padres. No lo entendía y le
reclamaba a Dios su dolor. Pero el paso del tiempo, y las oraciones que
continuamente elevaba a Dios -muchas veces enojado y gritándole-
lograron que, tras dos años, se diese cuenta de cuánto había aprendido y
crecido interiormente: él y su familia.
¿Cuántas tinieblas rodean tu vida? ¿Muchas? ¿Una sola, pero intensa?
Eleva a Dios tu oración, deja que Él te acompañe y llore contigo. El
paso del tiempo te hará ver que fueron justamente esos años los que más
te ayudaron a crecer y a hacerte fuerte interiormente. Vivirlos alejados
de Dios y sin orar es como querer salvarse en una tormenta en el mar
sin salvavidas. Pero quien los vive con Dios, dialogándolo con Él,
logrará que las negras lágrimas que salen de sus ojos rieguen cada dolor
y lo conviertan en una hermosa flor multicolor de paz interior en esta
vida y de certeza en la eternidad que un día disfrutaremos con Dios.
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