San Felipe Neri era un santo con gran sentido común. Trataba a sus penitentes de una manera muy práctica.
Una
señora tenía la costumbre de irse a confesar donde él y casi siempre
tenía el mismo cuento que decir: el de calumniar a sus vecinos. Por
ello, san Felipe, le dijo:
- De
penitencia vas a ir al mercado, compras un pollo y me lo traes a mí.
Pero de regreso lo vas desplumando, arrojando las plumas en las calles
conforme caminas.
La señora pensó que ésta era una penitencia
rara, pero deseando recibir la absolución, hizo conforme se le había
indicado y por fin regresó donde san Felipe.
- Bueno, Padre, he completado mi penitencia.
Y le mostró el pollo desplumado.
-
Oh, de ningún modo la has completado – le dijo el santo. Ahora
regresarás al mercado y en el camino recoges todas las plumas y las
pones en una bolsa. Entonces regresas donde mí con la bolsa”.
- ¡Pero eso es imposible! –lloró la señora–, ¡esas plumas deben de estar ahora por toda la ciudad!.
- Es cierto –replicó el santo–, pero tienes aún menor oportunidad de recoger todos los cuentos que has dicho sobre tus vecinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario